Fantasía de colores

Siempre se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras.

Pienso, no obstante, que ambas definiciones se complementan entre sí. La imagen pone la belleza ante tus ojos y la palabra te la explica.

Pretendo, por ello, haceros llegar con mi palabra, la imagen de la belleza que yo veo, a veces incluso escondida en el sencillo adorno de la majestuosidad de un traje, embriagándome con esa fantasía de colores, que es la nota predominante en nuestros queridos desfiles carnavaleros.

La Real Academia de la Lengua, con su peculiar laconismo, lo define como un festejo popular, que se celebra  durante los tres días que preceden al miércoles de ceniza.

Con mi respeto hacia la misma, ni puedo ni quiero ser tan lacónico al hablar del Carnaval, ya que para mi es algo que desborda las valoraciones más comunes, para calificar algo que en una perfecta conjunción sociocultural ha llegado a aglutinar deseos y voluntades, arte y sacrificio, espectáculo y luminosidad, todo encaminado a conseguir que ante nuestros ojos, se forme ese arco iris, que en su insólita variedad, nos desborda de alegría al contemplar el desfile de las Peñas que lo integran.

Considerarlo simplemente como un festejo que emana de la tradición popular es algo en lo que difiero ante el arraigo que en todo nuestro pueblo ha llegado a adquirir.

Bien es cierto que la palabra festejo unifica tradiciones que nos llevan a la dicotomía que se produce entre el deseo de pasarlo bien y la posibilidad de conseguirlo ante tradiciones ya vividas, que nos hacen salir de la monotonía de nuestras vidas, sometidas al día a día cotidiano tantas veces gris.

Por todo ello, siempre mantenemos la esperanza de que nos llegue algo semejante a la explosión de una olla a presión, que nos abra ese ancho camino por el que tanto deseamos transitar. “Caminante no hay camino, decía el poeta, se hace camino al andar”.

Y esto es lo que conseguimos con nuestro bendito Carnaval, llámese festejo, ilusión de corazón o santa medicina antiestrés.

En cualquier caso, como es la mejor terapia que nos levanta el ánimo y nos llena de alegría, admirando la belleza de nuestras mujeres, la vistosidad de sus trajes, el arte de sus coreografías, la categoría de sus carrozas, con el ingenio y la sátira tan acertada y plena de actualidad que exhiben.

Mención aparte es el regocijo que nos proporcionan esas peñas masculinas que, con sus mini trajes, su picaresca y su humor desenfadado, van bailoteando por todo el recorrido con su atractiva forma de ver y practicar el humor.

¡Y cómo no voy a referirme al mérito artístico de esos trajes de auténtica artesanía que lucen la Musa, Doña Cuaresma y tantas carnavaleras independientes que, año tras año, acuden a la cita!

Nos encontramos ante la ilusión que subyace en la mentalidad de quienes lo viven y gozan, gracias a la constancia y entrega de esa Federación de Peñas, que sin afanes personales de protagonismo, han sabido apoyarse mutuamente para conseguir la supervivencia en el tiempo de lo que, dentro de nuestras expresiones festivo-culturales, se ha convertido, por méritos propios, en la más preciada joya de nuestra multitudinaria valoración artística.

No estoy apelando a un tópico sino a una realidad que se ha plasmado en el reconocimiento de todo un pueblo que se une a esa manifestación festiva, llenando los palcos del recorrido del desfile, soportando lluvias y borrascas, con ese apoyo espontáneo y colectivo con el que se identifican.

He pretendido con este trabajo establecer la adecuada sincronización para conseguir que coincidan, en el tiempo, los diversos movimientos que enlacen una labor conjunta. Hay, por tanto, que hablar de ese caudal humano que atesoran todas y cada una de las Peñas que se integran en la Federación.

Me he referido antes a los espectadores que aguantan y padecen del rigor del clima, Ellos son el reflejo de vuestra actitud, que nunca me cansaré de elogiar,

¿De donde sacáis esa fortaleza y vuestro espíritu de lucha?

Yo que soy un cobarde para el agua, y que cuatro gotas me caen, en la calva, busco inmediatamente donde cobijarme, aún conservo en mi retina esos desfiles donde, pese a la lluvia que caía, todas las peñas se solidarizaron y marcaron el paso e hicieron sus coreografías mejor que nunca, pese a estar caladas hasta los huesos.

Pero donde mi admiración no tiene límites fue viendo esa chiquillería, auténticos alevines, deliciosos en su saber estar y que, en su día, cogerán esa antorcha que ilumina esa fantasía de belleza y colorido que es nuestro Carnaval.

Y en este capítulo de admiraciones, no puedo olvidarme de esas madres, que con el corazón en un puño, son conscientes del riesgo que corren sus pequeños ya que, en el mejor de los casos, pudieran coger un resfriado. Por lo expuesto, me permito sugerir a la Federación, que entre los muchos actos que organizan , establecieran un homenaje colectivo a todas las madres sufridoras cuando estos contratiempos se producen.

En esta crónica de nuestra historia carnavalera, en la que estoy reflejando la atracción popular que ejercen sobre nosotros su desfile, necesariamente he de asumir el sentimiento que me produce, el que en los últimos años, notemos la ausencia de carismáticas peñas, pioneras en el asentamiento de esta gran realidad de la que hoy disfrutamos. Añoramos su elegancia, vistosidad y estilo que tanto nos complacía ver a quienes nos era dado el poder adquirir su buen gusto. Yo me atrevería a pedirles que despertaran de ese largo y reparador sueño y volvieran a entusiasmarnos con su arte.

Quisiera, por último, romper una lanza en recuerdo de aquel Carnaval de nuestros años jóvenes que nos obligaba a correr por delante de la Guardia Civil en aquellas tradicionales calles de los Arcos, en defensa y testimonio de nuestro derecho a sentirnos diferentes en esos días.

Hoy, a años luz de aquellas vivencias, aún me emociono cuando veo vestigios que aún mantienen personas llenas de añoranzas que, ataviadas con sus antiguos y satíricos disfraces, siguen desfilando tirando de sus años y de su ilusión. Existe un referente que da fe de que la historia no los olvida, en el hecho de que uno de los premios que hoy se otorga es el denominado “Ángel Ferrer” que era mascara devota y permanente en aquellos años. Yo me abrazo a mis recuerdos y me uno in mente a ese grupo de amigos, ya desaparecidos, para esclafar simbólicamente en la cabeza de cada uno de vosotros el típico cascarón mientras os digo nuestro grito tradicional “guru, guru ¿a que no me conoces?”

Y termino pidiéndole prestado , una vez más a D. José María Peman, la primera estrofa del verso que le dedicó a Lola Flores, del que era admirador, para poder acabar este artículo diciéndoos:

 

“Fantasía de Colores,

En belleza e ingenio

Nadie puede superar

Al Carnaval Aguileño”