La llegada del ferrocarril en 1890 supuso un revulsivo económico importantísimo, al tiempo que un nuevo giro del tipo de comercio, lo que influyó de manera decisiva en el progreso y desarrollo de nuestro pueblo y su comarca.
La agricultura tuvo su influencia en la proyección de la línea férrea Lorca-Baza-Águilas, pues aun cuando el principal objetivo de la construcción de la línea fue, sin duda alguna, el transporte de mineral para su exportación desde el puerto de Águilas, no fue el único motivo, ya que también se incluyó entre las posibilidades de rentabilidad económica, el uso que de la línea por parte de viajeros, y el transporte de mercancías y productos agrícolas hasta el puerto para su salida por mar, no solo desde los campos de los pueblos del recorrido hasta Lorca y de los de hasta Baza, sino también de otras zonas de provincias limítrofes conexionadas por este medio de transporte. El tráfico en sentido inverso llevando hasta esos pueblos y zonas las mercancías que se desembarcaran en Águilas, era otra de las posibilidades tenidas en cuenta.
Las expectativas de transporte de productos agrícolas hasta el puerto se fueron cumpliendo en los primeros años de forma oscilante en función a las cosechas dependientes directamente del régimen de lluvia, llegándose a una media anual de unas 40.000 T de productos agrícolas y derivados, tales como, legumbres, frutas, cereales, harina, azúcar, y otros, lo que contribuyó al sostenimiento de la línea e incentivó inversiones y mejoras en la misma. De igual modo, fueron muchas las toneladas transportadas en sentido contrario, desde los desembarcos en Águilas a los pueblos del interior, sobre todo en épocas de sequía como la padecida en 1911-1913.
Por tanto, los productos agrícolas representaron un firme apoyo a la consolidación del ferrocarril en nuestra comarca, contribuyendo así al desarrollo de los pueblos que la forman, entre ellos, naturalmente, Águilas.
La agricultura continuó durante la primera mitad del s. XX su lánguida inercia productiva, no exenta del afloramiento de nuevas líneas de negocio como el del “pan de higo” y de la “tápena” (alcaparra), que poco a poco fueron cogiendo importancia y motivaron el establecimiento de varias industrias que dieron trabajo a centenares de obreros. Las de D. Rafael Rostán, D. Máximo Jiménez, D. José Carmona, o D. José Lloret, en el caso del “pan de higo”, y las de D. Manuel Fernández, D. Antonio Chapapría, D. Jesús Fernández, o D. Manuel Pelegrín, en el de la “tápena”, fueron, entre otras, algunas de las industrias más destacadas.
La producción de almendras y de higos “pajareros” fue tomando importancia por sus características de ser ambos cultivos de secano, principalmente la de la almendra, de la que se exportaban varios miles de toneladas cada año, y que en la actualidad es el cultivo arboleo que más hectáreas ocupa en el término municipal de Águilas. Las cantidades de higos “pajareros” eran, obviamente, inferiores, pero el producto gozaba de un alto prestigio por su exquisito sabor, y supusieron una seña de identidad de nuestra agricultura durante unos años. Su proceso de elaboración era, cuando menos, curioso: tras ser recolectados, se depositaban en la era, a una sola tongada, sobre un lecho de esparto suelto, para ser expuestos al sol hasta que se secaran. Como esta operación tardaba varios días, y el producto era muy apetitoso, se hacía necesaria la presencia de un guarda, día y noche, que evitase los robos o que los animales los comieran. La imagen de ese guarda (normalmente una persona mayor) sentado junto a la “manta” de higos, fue muy típica en nuestros campos. Una vez secos, se procedía a prensarlos manualmente, a veces con la ayuda de una moneda, hasta que tomaban una forma achatada y así se colocaban, bien apretados, en filas dentro de cajas de madera de diferente peso, que se cerraban con dos flejes metálicos después de haber sido clavada la tapa. El manipulado se efectuaba en almacenes, pero al no requerir maquinaria alguna, ni especiales conocimientos, fueron muchas las casas particulares en donde se realizaba esta labor, lo que contribuyó al sustento de las familias en épocas de precariedad económica. Barcelona, Madrid, Francia e Inglaterra, eran los principales destinos.
El esparto continuó siendo una actividad influyente durante la primera mitad del s. XX, una vez superada la crisis de los primeros años, influencia que duró hasta mediados de siglo, cuando las fibras sintéticas le fueron sustituyendo y haciéndole desaparecer del mercado a nivel de todos los centros de producción de España. No obstante, en Águilas, la familia de los “Moris” continuó su actividad hasta 2008, merced a su firme voluntad, y la gran calidad de sus trabajos que continuaron siendo apreciados por un determinado sector.
Durante todo este tiempo, la industria del esparto tuvo una incidencia muy directa en el sostén y desarrollo de la población. Varios miles de obreros trabajaban diariamente en las diferentes fases de su elaboración, desde la recolecta, hasta el hilado y trenzado, pasando por el proceso de “cocido” en que el esparto era sumergido en pozas artificiales hechas a orillas del mar, al objeto de que se desprendan determinadas materias y facilite su estado óptimo para la fase de hilado; el de “picado” en el que, una vez seco, el esparto era golpeado para que desprendiera su parte leñosa y liberara la fibra, acción que se hacía en las fábricas mediante unas enormes columnas de madera, llamadas “mazos”, con un peso de más de 100 k, que golpeaban verticalmente contra el suelo con mucha fuerza y estruendo. En el punto de golpeo, se iban colocando con suma destreza porciones de esparto para ser machacadas, labor que solían ejercer mujeres, cuyo oficio dio a lugar al llamado “Barrio de las Picaeras” (por el final de la Calle San Cristóbal). Después de picado, se procedía al “rastrillado” que consistía en golpear manualmente un manojo de esparto sobe un tablero, o rastrillo, provisto de numerosas púas con la punta hacia arriba y tirar hacia sí, a modo de peinado, de manera que se limpie de aristas y estopa, que era aprovechada como relleno de muebles y para hacer ásperos estropajos. La última fase, la del “hilado” o “trenzado”, constituía el objetivo esencial de la industria del esparto. Las correas que partían de una rueda suspendida sobre un caballete, y que era por lo general accionada manualmente por niños mediante una manivela, hacía girar una serie de ganchos montados sobre una cruceta, en los que el obrero sujetaba el esparto que llevaba situado sobre su vientre, mediante una anilla de hierro, y dándole suelta entre los dedos, va caminado de espaldas hasta llegar al final de la carrera al tiempo que la fibra se va trenzando formando hilos llamados filásticas, que al ser unidos con otros en operación similar, van formando betas, cuerdas o maromas.
Aunque, en nuestro pueblo, aún hay viejos artesanos que manufacturan el esparto con gran habilidad, y un colectivo que realiza loable labor en pro de que no se pierda totalmente el conocimiento de este arte, lo cierto es que, al igual que pasa con el de los higos pajareros, pocos conocen el proceso de estos dos productos agrícolas que tanta importancia tuvieron en el desarrollo de Águilas, y por eso lo citamos aquí, para quienes tengan interés en ello.
Conforme va pasando el tiempo, junto al crecimiento vegetativo de la población, se producía el natural aumento de demanda de productos agrícolas necesarios para su alimentación, y así fueron surgiendo algunas explotaciones agrícolas alrededor del pueblo, que eran regadas por aguas (generalmente de poca calidad) procedentes de pozos artesianos. La “Huerta de Manuela”, que ocupaba una amplia zona de la Huerta del consejero, cuyo centro podemos situar en el actualmente denominado “Colegio de las monjas”, siendo, quizás, su más recordado producto las célebres lechugas “oreja de burro” que allí se cultivaban; la “Huerta de Juanito”, entre la carretera de Lorca y el Labradorcico; el “Rubial”, y “las Molinetas”, fueron algunas de esas explotaciones que circunvalaban el pueblo. Era explotaciones agrícolas de índole familiar que producían hortalizas y algunos frutos destinados principalmente al consumo local, y con escasa influencia en el desarrollo económico de la población.
En los años 50 este siglo XX, Águilas entraba en una profunda crisis. La desaparición de las fábricas de esparto; el cese de la actividad minera que, además, amenazaba con el cierre del ferrocarril; el aletargamiento del tráfico marítimo; la escasa actividad agrícola; y otros factores, provocaron una asfixiante depresión socioeconómica que obligó a muchos aguileños a emigrar por la falta de trabajo.
AUTOR: Vicente Sicilia Tárraga