Dar salida por mar a diversos productos de la zona, esencialmente los agrícolas, fue eje central para que, al pie del Monte de las Águilas, se proyectase a mediados del siglo XVIII una población dotada de embarcadero, facilitando así el intercambio comercial, lo que, en diversas etapas, ha supuesto la principal actividad de la localidad, y a su vez, posibilitó e incentivó otros tipos de negocio que contribuyeron de manera decisiva al progreso y desarrollo histórico de Águilas y su comarca.
Independientemente que en tiempos anteriores, hubiesen podido haber por aquí algunos asentamientos como la mítica Urci u otros de origen fenicio, romano, e incluso árabe, lo cierto es que ningún habitante ni edificio había cuando, en el primer tercio del referido s. XVIII, antes incluso de que se reedificase la fortaleza del castillo con el diseño que ahora vemos, el agricultor y hombre de negocios, D. José Balaguer, mandara levantar un burdo almacén en lo que hoy conocemos como “Pie Castillo”, en la esquina que forman las actuales calles de Murillo y Severo Montalvo, para proteger de las inclemencias del tiempo el grano y otros productos agrícolas que solía acumular a la orilla del mar en espera de ser embarcados para su reexpedición. Ese fue el primer edificio de la actual población de Águilas, y duró alrededor de 200 años, pues fue derruido a mediados del siglo XX.
A su vez, el Sr. Balaguer también había hecho construir tierra adentro, en la finca denominada Casa Grande, “a menos de un cuarto de legua de la playa “(unos 1,4 km), una casa fortificada y dotada de armamento, para cobijo y defensa de los braceros que faenaban sus tierras en los aledaños de las ramblas del Cocón y Cañarete. Hoy en día, de la citada Casa Grande, sólo perdura una torre circular almenada, fácilmente detectable a la derecha de la rotonda existente a la entrada por la carretera de Lorca.
En esos tiempos, éstas eran unas tierras despobladas, pues a la escasez de lluvia que facilitase el cultivo de cualquier especie, habría que añadirle las frecuentes incursiones de piratas y berberiscos que ponían en peligro la libertad y la vida de los escasos moradores. Sólo en determinadas zonas más alejadas de la costa, como Tébar, Chuecos o Barranco de los Asensios, existían pequeños asentamientos que se ocupaban de cultivar viña (gran fama disfrutaba el vino de Chuecos), moreras, algarrobos, higueras y olivos, así como dispersas colmenas.
Durante la visita que realizó el Conde de Aranda, en verano de 1765, al Castillo de San Juan y Batería de San Pedro, tomó conciencia de la importancia que podía llegar a tener el Puerto de las Águilas mediante la construcción de un muelle de embarque para la salida de los productos agrícolas de los campos de la vecina Lorca y otros cercanos, e incluso de una amplia zona de la parte alta de Almería y Granada, que por entonces tenían que ser transportados hasta Cartagena en lentas caravanas, así como los que en el futuro pudieran cultivarse en la misma comarca, dadas las especiales condiciones de la rada formada por una lengua de mar que penetraba por levante hasta lo que hoy es el parque infantil frente al casino, y que contaba con la protección natural contra temporales que le daban el Cabezo del Molino por el norte, y el del Castillo por el sur, además de la que le ofrecía la fortaleza y su armamento contra las citadas incursiones de piratas y berberiscos, entendiendo así que se debería proceder al poblamiento de la comarca, para lo que era necesario construir una ciudad a los pies de dicho Monte del Castillo.
El tiempo dio la razón al aragonés D. Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximenez de Urrea, X Conde de Aranda.
Seguramente animó al Conde de Aranda en su idea, comprobar cómo, al amparo y seguridad de la fortaleza, en poco tiempo se había incrementado el número de viviendas. Ya no eran sólo tres las edificaciones: el antes dicho almacén del Sr. Balaguer, la ermita y la casa del Fiel de Rentas, sino que alcanzaban las 14, y algunas tan espaciosas como el almacén de la comercial “Honorato Abau y Sobrinos” que ocupaba toda la cara norte de lo que hoy es la Glorieta; la del marqués de Rubira enfrente, en el solar en donde más tarde se edificó el actual templo parroquial de San José; la de D. Juan Musso en la actual poniente, y de Lorca y Mazarrón por el norte, por la actual calle Floridablanca.
Otras familias lorquinas, todas ellas relacionas con la producción y comercialización agrícola, fueron construyeron también su vivienda en estos alrededores, como la de Pérez de La Meca y la de la familia Leones. Procedente de Vera, D. Ramón Ruano, también se instaló aquí, iniciando una importante saga de comerciantes de grano y esparto, cuyos descendientes construyeron edificios emblemáticos como el del actual ayuntamiento, o el de la esquina de Isabel la Católica con la Glorieta (hoy en lamentable estado de conservación), llegando uno de ellos a ser senador y dueño del llamado Huerto Ruano.
Estas edificaciones condicionaron el diseño de la nueva población, que si bien, los ingenieros Santisteban y Chardenoux, bajo la supervisión del Teniente Coronel de Ingenieros D. Sebastián Feringán, habían concebido como una especie de ciudadela amurallada, de forma pentagonal, más adelante, el Teniente de Ingenieros D. Alfonso Ochando, confeccionó el plano del nuevo proyecto ideado por D. Mateo Vodopich, que respetando las edificaciones existentes, partía de una plaza cuadrangular con alineamiento ortogonal de calles paralelas con cruces perpendiculares.
Desaparece la idea de amurallamiento, pues no se pretende sea una población militar, sino una plaza comercial que albergue a agricultores y comerciantes que con las mejoras del puerto y de la carretera con Lorca, tendrían la oportunidad de dar salida a sus productos por este punto. El aumento del número de vecinos generaría necesidades de nuevos bienes cuya entrada más fácil sería por este mismo puerto, y, por tanto, las oportunidades de negocio se incrementarían, dando vida y prosperidad a la proyectada población.
Probablemente, al respetarse en la nueva planificación los escasos edificios existentes, se produjo el descuadre que podemos observar al comprobar que los entronques con la Plaza de España, el de la calle Conde de Aranda, y el de la calle Juan Pablo I, sean más estrecho que los otros entronques, mientras que el resto de calles y cruces son perfectamente regulares, lo que dota a nuestra población de un diseño vanguardista y moderno a diferencia de lo que ocurre en otras muchas que cuenta con calles estrechas, torcidas y asimétricas.
AUTOR: Vicente Sicilia Tárraga