Capítulo III / La agricultura a lo largo de la historia

La agricultura ha estado siempre ligada al Hombre, y buena muestra de ello son los testimonios que nos ha ido dejando a lo largo de la Historia.

En la Biblia, reflejo de la relación de Dios y los seres humanos, figuran numerosísimas referencias a la agricultura. Ya en el en los primeros capítulos del Génesis (2, 15-16), se cita que “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase”, y siguen otras muchas como que Caín fue labrador y Abel pastor; que Noé plantó una viña, o en el Libro de los Proverbios (28-19): “El que labra su tierra se saciará de pan, pero el que sigue a los ociosos se llenará de pobreza.”, por ejemplo.

También el Nuevo Testamento nos dice que Jesús se dirigía a los que le seguían con parábolas para que le entendieran con facilidad, y en ellas toma la referencia de la agricultura, pues era materia comúnmente conocida por aquellas gentes, hablando del grano de mostaza, la cizaña, la higuera estéril, el buen sembrador, los viñadores, etc.

La leyenda sobre la llamada “ Mesa del rey Salomón”, cuenta que en ella escribió Salomón a finales del siglo X a.C., por mandato de Yahvé, todos los conocimientos del universo, incluidos, naturalmente, los de agricultura, y en la que se cita que “nunca faltasen en la mesa del Rey Salomón, ni rosas en las épocas de calor, ni calabacines durante el periodo lluvioso”, lo que se puede interpretar como que ya entonces se tenían conocimientos de algún sistema de protección de cultivos que permitiese recolectar fuera de temporada.

“El libro de horticultura” del rey babilónico del siglo VIII a. C., Merodach–Baladan, pasa por ser el tratado de agricultura más antiguo que se conoce.

Otros tratados más recientes, como el “Calendario de Córdoba del año 961” dedicado al califa de Córdoba al-Hakam II, en el que se describen los trabajos del campo y su relación con la meteorología; el  “Diwan al-Filaha” en el que Ibn Bassal, uno de los agrónomos andalusíes más importantes del siglo XI d. C., expone sus propias experiencias sobre diversos cultivos, con mención especial al naranjo, cuya introducción en España se le atribuye; o el “Libro de Agricultura” que escribió en el siglo XII d. C., el sevillano Abu Zacaría Iahia, en el que relata diversos métodos de cultivo y almacenamiento y conservación de los productos recolectados, forman parte también del testimonio escrito que a lo largo de la historia nos ha ido quedando como muestra del interés del Hombre por la agricultura, a los que cabe añadir  otros como el   “Un ensayo sobre los principios de la labranza y vegetación",  publicado a principios del siglo XVIII por el inglés Jethro Tull, a quien se le considera el padre de la agricultura moderna, y que también construyó la primera máquina sembradora de la que se tiene noticias.

Cuando el Hombre fue cambiando sus costumbres, haciéndose sedentario y formando comunidades estables, fue también modificando sus creencias religiosas influido por la observación de fenómenos naturales que afectaban directamente a la actividad agrícola de la que dependía su supervivencia.  Aprendió la importancia de la tierra, la lluvia y el sol, para las cosechas, y acudía a unas deidades que situaba en el cielo, lugar desde donde también venían el rayo y el viento, para pedir su intervención. De ello nos dejó pruebas en pinturas rupestres en las que se aprecia la presencia de hechiceros en rituales diversos. Unas de las primeras de esas deidades de las que se tiene constancia, fueron la diosa Tierra y la diosa Magna Mater, quizá por su relación con la fertilidad de la tierra y la fecundidad de los animales, de las que se han encontrado estatuillas dentro de cabañas en diversos lugares de la zona del Mediterráneo.

Con el paso del tiempo, las nuevas civilizaciones fueron teniendo sus propios dioses a los que encomendar las cosechas. Algunos ejemplos: para los celtas, Esus era el dios de la producción; los romanos, tenían a Ceres como diosa de la agricultura; los griegos, a Deméter; los egipcios, a Osiris; los aztecas, a Xochipilli; la cultura china, a Shennong. 

La agricultura, además de en las creencias religiosas de los hombres, ha tenido también una influencia determinante en el desarrollo de la sociedad a lo largo de la Historia, cambiando y adaptando las formas de gobierno y las estructuras sociales y económicas de las sucesivas generaciones.

Se estima que, en un principio, la seguridad de alimentos que otorgó el desarrollo de la agricultura a determinados pueblos hizo que éstos adquirieran poderío ante poblados vecinos, creando jerarquización y ventajas en el intercambio de bienes. Los romanos, por ejemplo, entendieron esto muy bien y constituyeron formas de gestión claramente diferenciadas: la figura del propietario y su familia; la del esclavo que realizaba el trabajo; la del aparcero que repartía la producción con el dueño; o la del arrendatario que pagaba un tanto por el uso y explotación de la tierra. 

Todo fue evolucionando en el trascurrir de los años. Las prácticas agrícolas vivieron una importante revolución en la Edad Media, época en la que el sistema señorial imperaba permitiendo a los grandes terratenientes controlar extensas superficies agrícolas y a sus trabajadores como siervos o esclavos, y en la que coincidió la expansión por toda Europa de los monasterios, y con ellos los conocimientos que los monjes acumulaban, incluidos los de agricultura. La también expansión del mundo árabe en igual época llevó consigo un importante intercambio de conocimientos y tecnología, introduciendo tipos de cultivos y de productos desconocidas en las zonas que ocupaban.

Con anterioridad, en el siglo II a. C., en nuestra comarca, la cultura argárica había desarrollado una agricultura basada fundamentalmente en el trigo y su posterior molienda, habas y determinadas hortalizas, según los descubrimientos del recordado D. Luís Siret.

En el siglo VI d. C., los bizantinos llamaban Spartia al actual del Campo de Cartagena, lo que nos indica que el esparto y su manufacturación, era dominante en esta comarca.

La llegada de los árabes en el siglo VIII significó para la Huerta de Murcia un cambio sustancial, pues aun cuando los romanos habían puesto en explotación determinadas zonas, fueron los árabes con sus amplios conocimientos de construcción de acequias, norias y embalses, y la introducción de nuevas frutas, verduras y hortalizas, los que la convirtieron en un vergel.

Alfonso X, en el siglo XIII d. C., reconquistó Murcia y puso las tierras cultivables en manos de diversas órdenes religiosas sobre las que actuaron como máximos dueños hasta el siglo XIX, cuando, poco a poco, fueron transfiriéndose a familias que las explotaban o arrendaban a campesinos.

Esto supuso una nueva orientación del desarrollo agrícola, que dio lugar a un mayor interés por poseer el control del agua y reorganización de las plantaciones que se enfocaron a las demandas que procedían del exterior conforme la dieta europea iba cambiando. En las tierras de regadío se impusieron los frutales, en el secano árboles poco exigentes con la cantidad de agua: olivar, viña, higuera, almendro, y algarrobo, por ejemplo, mientras el esparto predominaba en zonas áridas.

Durante varios siglos, se estuvo utilizando el sistema de cultivo llamado “de tres campos”, que consistía en la rotaciones de siembra de invierno, primavera y barbecho, hasta que en el siglo XVII d.C. se produjo una revolución en las técnicas agrícolas con la mejora de aperos de labranza y la introducción de cultivos de forrajeros y raíces para la alimentación de ganado que permitió el aumento de la productividad y de zonas donde cultivar.

Es a mediados del siglo XX cuando el panorama agrícola vuelve a cambiar, y son las hortalizas y frutales las que pasan a cubrir los campos de esta tierra, constituyendo desde entonces una de las principales actividades económicas y sociales de nuestra Región. El campo de Águilas no fue ajeno a ese cambio, pues en 1955, con la primera plantación de tomates que se hizo aquí, fue cuando se inició el despegue de lo que hoy es base de la economía de nuestro pueblo y que tanto ha incidido en su desarrollo histórico, como veremos más adelante.


AUTOR: Vicente Sicilia Tárraga