Junto a la definición de que la agricultura es “el conjunto de técnicas y conocimientos que se aplican para sacar provecho de la tierra con el propósito de obtener alimentos para las necesidades básicas”, hay que atribuirle también ser elemento esencial en la vida cotidiana de la Humanidad, ya que forma parte de la gastronomía, el paisaje y la economía, y constituye una actividad fundamental para el desarrollo de los pueblos y naciones.
Se desconoce exactamente cuándo se inició la agricultura, pero una de las teorías existentes explica que tras un importante cambio climático ocurrido unos 12.000 años a. C., en pleno Neolítico, poniendo fin a una era de glaciación, la retirada de los hielos dejaron al descubierto grandes extensiones de tierra fértil donde surgió la vegetación, a la vez que se produjeron frecuentes etapas de sequía durante las cuales las plantas de ciclo anual morían y dejaban en el suelo abundantes semillas que podían ser fácilmente recogidas y guardadas para ser aprovechadas en momentos de escasez.
También los animales encontraban comida en esas zonas, por lo que la caza estaba presente, lo que representó una importante ventaja para asegurarse la disponibilidad de alimentos, motivando que el Hombre, que hasta entonces había subsistido de caza, plantas y frutos que encontraba de manera silvestre y accidental en su constante desplazamiento nómada, decidiera establecerse en esos lugares dando lugar a pequeños asentamientos y a abandonar el nomadismo para convertirse en sedentario.
Debió ser un proceso lento, que se iniciaría por casualidad, pero que significó un importantísimo hecho que transformó el desarrollo de la Historia.
Probablemente, en un principio, el Hombre observaría la germinación de las semillas recolectadas, e intuiría que enterrándolas nuevamente podrían llegar a dar fruto de nuevo, y así, tras ir entendiendo los procesos de la naturaleza y la conveniencia de tierras adecuadas, junto a la necesidad de agua para el crecimiento de la planta, iniciaría los cultivos e iría aprendiendo los beneficios que representaba la eliminación de la maleza, la roturación del suelo, y la reserva de semillas para la cosecha siguiente.
Se considera que, posiblemente, los cereales y determinados hortalizas fueran las primeras plantas domesticadas dado su rápido crecimiento, mientras que los frutales se cultivarían algo más tarde puesto que necesitan más tiempo para que den fruto.
No se han encontrado vestigios arqueológicos de hortalizas y sí de frutos. Esto pudiera ser debido a que las hortalizas son muy perecederas, mientras los frutos tienen mayor resistencia, pero no existe duda sobre la presencia de ambos en la dieta del Hombre del Neolítico.
Todo ocurrió de manera independiente en diferentes lugares del planeta alejados entre sí y en distintas fechas. Aunque los registros más antiguos que se han encontrado, que datan del milenio IX a. C., indican que el trigo y la cebada se cultivaban en la zona llamada “Creciente Fértil”, en el levante mediterráneo, en el territorio que abarcan los actuales Palestina-Turquía-Iraq-Egipto. También se tiene constancia de que alrededor del milenio VIII a. C., en China se cultivaba el arroz; en el milenio VIII a. C. en América, el maíz y la patata; y en milenio VI a. C. en África, una especie de maíz, por citar algunos ejemplos.
En el “Creciente Fértil” fue el primer lugar donde se desarrolló no solo la agricultura, sino también la caza y la cerámica, lo que trajo consigo otros avances tecnológicos, culturales y sociales.
Allí, el Hombre aprendió a modificar sus estrategias alimentarias, y fue pasando de consumir las plantas y granos de forma inmediata y directa, a hacer acopio y almacenamiento para su posterior consumo, para lo que ideo elementos simples, como el mortero, donde triturar los granos, y vasijas de barro donde guardarlo. Aquellos morteros estaban formados por una piedra cóncava donde se depositaba el grano para ser golpeado con otra piedra hasta deshacerlo y obtener la harina. Algo tan simple, facilitó el consumo de cereales y la mejora de la dieta contribuyó a alargar la esperanza de vida de aquellas gentes.
Cuando un asentamiento se desplazaba, llevaba consigo sus reservas de plantas y granos, y ello contribuyó a la propagación de diversas especies vegetales.
Se tiene constancia de que las primeras especies cultivadas fueron el trigo y la cebada, en el norte de Mesopotamia y en Turquía, hace más de 10.000 años, a lo que pronto se añadieron otros cereales y legumbres como el guisante y la lenteja.
Una técnica de cultivo frecuentemente empleada por entonces era la tala de árboles y posterior quema del terreno para provocar la erradicación de malas hierbas, y conseguir así que el suelo quedara más fértil y productivo.
Otra de las innovaciones técnicas características de esa fase del Neolítico, fue la construcción de instrumentos de piedra dotados de filo mediante frotación, en vez de hacerlo mediante golpeo con otras piedras, lo que los dotaba de mayor eficacia.
Con la incrustación de piezas de sílex en ramas de madera adecuadas, se construyeron las primeras hoces para cosechar, y adosando hachas de piedra a un palo, las primitivas azadas.
Estas innovaciones facilitaban las labores agrícolas, permitiendo al Hombre disponer de tiempo para dedicarlo a otras funciones, y que empezara a desarrollar técnicas artesanas, como la cerámica, el tejido de pieles, la carpintería, la cestería, etc.
Más adelante, en los milenios VI y V a. C., la agricultura ya era una base de economía para los habitantes de la zonas de Oriente Próximo merced a los intercambios con comunidades vecinas de los excedentes propios a cambio de otros recursos, creándose así una interdependencia que dio lugar al inicio de manera incipiente del comercio. Esto propició profundas transformaciones económicas, culturales y sociales, en las que la agricultura jugó un notable papel y experimentó un avance muy significativo. Fue un periodo de trasmisión entre el Neolítico y la Edad de Bronce que inició la salida de la era de la prehistoria.
AUTOR: Vicente Sicilia Tárraga