El número de vapores ingleses que atracaban en el Hornillo en la primera mitad de los años cuarenta era considerable. Los británicos necesitaban el mineral de hierro para fundirlo y convertido en planchas de acero para la construcción de buques en los astilleros del Reino Unido. Las Islas Británicas eran ricas en carbón pero no en piritas férricas.
En 1939, Alemania inició la guerra con unos 260 submarinos oceánicos ampliando esta flota al ritmo de veinte sumergibles al mes. Desplegados en línea en el Atlántico Norte y en aguas del Gran Sol, los U-boots atacaban en grupo los convoyes que partían de la costa este de los Estados Unidos y Canadá y a las unidades navales con destino al Mediterráneo cuyo objetivo era suministrar a las tropas que luchaban en el Norte de África y a la guarnición de la isla de Malta.
En sentido contrario, los sumergibles hacían presa en los convoyes provenientes del Canal de Suez con carga de las colonias inglesas en el Índico y Lejano Oriente. Al principio de la contienda los alemanes hundían la mayor parte de los mercantes que transportaban material de guerra y víveres esenciales para la resistencia de las Islas Británicas. Así, en marzo de 1941 fueron torpedeados 94 buques, en mayo 125 y en junio 144; casi cinco vapores al día.
En esa época los convoyes compuestos por lentos mercantes que navegaban a una velocidad máxima de unos diez nudos eran protegidos precariamente por remolcadores armados, por pequeñas corbetas y por un por puñado de fragatas que estaban equipadas con ASDIC (rudimentario sónar) para detectar al enemigo sumergido. En noviembre de 1941 solo se lograron destruir 46 sumergibles, por lo que el balance de toneladas hundidas era en extremo favorable al lado alemán. Por esta razón, el mineral cargado en el Hornillo era de vital importancia para las construcciones navales destinadas a sustituir a las unidades torpedeadas.
A principios de los años cuarenta, las tripulaciones de los barcos ingleses que cargaban mineral en el Hornillo solían frecuentar el bar de mi padre en las Delicias, un caserón blanco rectangular al borde de la playa entre el enclave de la compañía Bacares y las Cuevas del Rincón. Allí, marineros y oficiales se reunían para beber coñac, jerez y moscatel a cambio de vituallas de las que los barcos iban bien proveídos, como mantequilla, botes de mermelada, azúcar, latas de cigarrillos Capstan Navy Cut y jabón fenicado.
Una tarde de otoño en 1942, un primer oficial de origen gibraltareño llamado Tony Spiteri cambió un cronómetro de navegación por una damajuana (de las de mimbre) de vino para invitar a varios oficiales que le acompañaban. Entre botella y botella de moscatel el marino relató a mi padre la odisea ocurrida a su carguero en una noche de invierno en el Golfo de Vizcaya. El vapor había zarpado del Hornillo siete días antes. La derrota del Baron Douglas pasaba por el cabo de Gata, de allí al cabo Sacratif y, costeando, hasta Gibraltar. Una vez en el Peñón, junto a otros mercantes que habían arribado de Alejandría, salieron en convoy escoltados por dos viejas corbetas para hacer la travesía hasta el Reino Unido.
El torpedo impactó en el vapor bajo la línea de flotación entre la amura y el través de estribor. El buque, cargado de mineral hasta su calado máximo empezó a hacer agua en la bodega de proa al haber quedado destrozadas las planchas del costado por la tremenda explosión. El barco comenzó a escorarse hacia el costado siniestrado hasta alcanzar un ángulo de unos 45 grados de inclinación mientras que la popa se elevó en el aire dejando ver parte del timón y la hélice de propulsión. El capitán ordenó a Spiteri reunir bajo los botes de salvamento a los marineros que comenzaban a salir por las escotillas del sollado de la tripulación de popa mientras se abrochaban los chalecos salvavidas. Por las bocas de las tomas de aire se escuchaban los gritos de los fogoneros y engrasadores intentando subir por las escalas para alcanzar la cubierta y escapar del agua que entraba por un enorme boquete en la sala de máquinas. Había cedido el mamparo estanco que separaba las calderas de las bodegas de proa. Los silbidos repetidos de la sirena indicaron el abandono de buque. Los esfuerzos para botar los botes salvavidas fueron inútiles debido a la escora del casco por lo que el oficial ordenó lanzar al agua la única balsa de salvamento servible hacia la que la tripulación comenzó a saltar al agua desde el puente y la borda. Los hombres nadaron hacia la balsa mientras que la popa del vapor se perfilaba más y más en el aire. Hubo un crujido de sonido hueco, como de metal aplastado, seguido de un último soplido del vapor que se escapaba de las calderas y de varios gigantescos borbotones marcando el punto donde el barco desaparecía verticalmente en la negrura de las aguas.
No había espacio suficiente para los 28 supervivientes. Los más afortunados se apretujaban en el fondo de la balsa mientras los restantes se agarraban desesperadamente a los vaivenes de ésta que pendían de la borda. Durante la noche, con el cuerpo sumergido en las gélidas aguas, fueron desprendiéndose uno a uno de la balsa después de morir por congelación. A la llegada del nuevo día solo nueve tripulantes del carguero seguían con vida; uno de ellos era Spiteri. Luego apareció una corbeta de rescate en el horizonte.
Continuó el marino bebiendo moscatel. Al caer la noche, dos figuras iniciaron el camino, que desde el bar discurría por un descampado, cubierto de grama, pan de pastor y varas de san José, hacia el cargadero; una con el brazo sobre el hombro de la otra, las dos caminando a trompicones desde las viejas Delicias hasta el embarcadero. Cuando mi padre volvió, ya era noche cerrada. A la mañana siguiente el mercante zarpó del Hornillo con mineral de hierro para las fundiciones del Reino Unido con su tripulación desafiante ante el seguro acecho de los submarinos alemanes que esperaban bajo las aguas para impedir la llegada a las Islas de la crítica carga. Unos meses después mi padre recibió una postal desde Cardiff en la que Tony relataba que esta vez su barco había llegado a su destino.
Dos de los factores que contribuyeron a la victoria aliada sobre el Eje fueron las heroicas tripulaciones de los viejos vapores mercantes y el mineral de hierro español de la sierra de los Filabres embarcado en el cargadero del Hornillo de Águilas.
Mateo Casado Baena
AUTOR: Mateo Casado Baena