Escasez, Racionamiento, Estraperlo y Contrabando en Águilas en la Posguerra

Desde el final de la Guerra Civil hasta entrados los años cincuenta existió en España una gran carencia de artículos de primera necesidad debido al total abandono de los campos durante la contienda y a la falta de productos manufacturados. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial nuestro país sufría una gran depresión económica ya que los cultivos habían sido arrasados durante la Guerra civil, situación que fue agravada por la imposibilidad de importar productos básicos para alimentar a la población debido al bloqueo impuesto al régimen de Franco por las naciones democráticas.

Ante la colosal escasez de alimentos, el gobierno ideó en 1939 usar una cartilla de racionamiento con el fin de controlar la distribución de los escasos productos alimenticios que el país producía. Las cartillas, que contenían cupones, se distribuían a las familias para que éstas pudieran utilizarlos semanalmente en las tiendas de comestibles. Cada familia tenía derecho a una pequeña cantidad de pan negro, garbanzos, boniatos, bacalao, tocino, un chusco por persona y de vez en cuando café de achicoria (zurriapa), chocolate (mitad hecho con harina), carne de membrillo y jabón (casi siempre Lagarto) que se podían obtener en tiendas como la de Miguel Florenciano en los bajos de la Casa de Falange, en la de Ricardo Aullón en la Glorieta y en las de la Plaza de Abastos. El tabaco se obtenia en la Tercena de los hermanos Hita al lado de la Iglesia. Se necesitaban dos cupones para poder comprar un paquetón de tabaco negro para liarlo en cigarros con papel de fumar Bambú.

Se daba el caso de que una familia solo podía obtener dos huevos por semana que casi siempre se los comía el padre que necesitaba energía para su trabajo. Esto llevó a la respuesta de una madre a uno de sus hijos que le pedía un huevo frito: “Nene, no quedan, cuando seas grande comerás huevos.”  En Águilas se habilitó una cocina en la esquina de las calles Floridablanca y Carlos III, antiguo Círculo de Arte y Comercio donde los pobres iban con una olla para recibir sopa y un trozo de pan de centeno.

La carencia de alimentos originó un negocio paralelo al oficial de productos de supervivencia, que se vino a llamar estraperlo, acrónimo de mercado negro. Puesto que los agricultores y ganaderos recibían precios ínfimos pagados por el gobierno, aquellos se quedaban con una buena parte de la producción para venderla a precios mucho más altos. Todo el mundo sabía dónde encontrar productos de estraperlo. Los ferroviarios, que no pagaban para viajar en el tren, se desplazaban a Pulpí, Lorca, el Empalme y hasta Baza para comprar pan blanco de Cúllar, morcillas, huevos y pollos hasta en el andén de las mismas estaciones. No obstante, los precios eran tan altos que la mayor parte de las familias de Águilas solo podía sobrevivir con el pescado local, friendo patatas sin aceite (a lo pobre), haciendo cocidos con huesos mondos y hasta tortillas sin huevo.

Para luchar contra este tipo de contrabando el ferrocarril utilizaba la Brigadilla que estaba formada por guardas jurados armados con escopeta que vigilaban las estaciones. Para evitar ser aprehendidos, los estraperlistas arrojaban los bultos desde el tren en una cuesta arriba en parajes solitarios donde eran recogidos por algún compinche escondido entre la maleza. Otra forma de luchar contra el estraperlo en los trenes era por medio de agentes de la policía secreta vestidos de paisano quienes mostrando su chapa de servicio prendida en la parte de atrás de la solapa, además de impedir el transporte de productos ilegales pedían la documentación a los viajeros tratando de identificar a personas sin papeles (posibles maquis). Las mujeres estraperlistas evadían la detección saliendo al pasillo y poniéndose los bultos entre las piernas cubiertas por amplias faldas.

Algunos estaban dispuestos a pagar precios astronómicos por productos de lujo como las medias de nylon y el tabaco rubio, principalmente de la marca americana Lucky Strike, procedentes de los puertos francos de Gibraltar y Tánger, cuya calidad era muy superior al Bubi, cigarrillos ofertados por Tabacalera S.A. hecho con tabaco de hebra procedente de nuestra colonia africana de Guinea Ecuatorial. Esta demanda originó un intenso contrabando ilegal que el Estado intentó evitar por medio del antiguo cuerpo de carabineros. En la zona de Águilas existían los cuarteles de Calarreona por poniente, uno en el pueblo sito en el Paseo de Parra esquina a la calle de la estación, el de Calabarrilla donde está ahora la urbanización los Geranios y uno en Císcar en la Marina de Cope ya en la diputación de Lorca. También había dos destacamentos de carabineros permanentes para evitar productos de los barcos atracados, uno en el puerto de levante junto a la antigua factoría del ferrocarril y otro en el embarcadero del Hornillo en la bajada al muelle, así como diversos puestos vigía construidos con piedras lajas grises. Las ruinas de estos pequeños apostaderos todavía existen colgadas en las faldas del Cambrón y Barranco de la Mar. Desde estas atalayas los guardias podían avistar cualquier embarcación haciendo rumbo a algunas de las pequeñas calas de la costa.

Con tal despliegue de vigilancia era muy difícil realizar operaciones de contrabando. No obstante, casi siempre con implicación de las fuerzas de vigilancia, los alijos de tabaco americano, medias de nylon, relojes suizos y encendedores de la marca Zippo se llevaban a cabo. Ocurrían éstos en noches cerradas de luna nueva, cuando los veleros (pailebotes) se acercaban a calas recónditas del litoral con todas las luces de situación apagadas. En tierra, en el centro de la rada, los contrabandistas encendían un hacho marcando hacia donde los timoneles debían enfilar los botes a remo cargados con los fardos para ser descargados en la playa. Aquí eran cargados en mulos y llevados por caminos de herradura que discurrían por torrenteras moteadas de baladres y empinadas colinas entre atochares y cornicabras hasta alguna casa de campo y de allí, por medio de algún destartalado camión Hispano-Suiza, a los centros de distribución en pueblos y ciudades.

Este antiguo contrabando, necesario porque venía a suplir la carencia de productos inexistentes en la España de entonces, ha dejado paso hoy al tráfico de drogas ilegales y al de seres humanos. Ahora, la pareja de carabineros de guardia portando el fusil Mauser de reglamento o un naranjero ha sido reemplazada por veloces patrulleras equipadas con sofisticados equipos electrónicos de detección. Los faluchos se han convertido en veloces lanchas rápidas, yates de lujo y en frágiles embarcaciones de madera llamadas pateras y cayucos. Los compinches en tierra conducen vehículos todo terreno o se desplazan en lujosas rápidas avionetas. El contrabando continúa pero ¡con qué diferencia!; la otrora arriesgada profesión ha pasado de ser una nostálgica aventura a un nefasto comercio de ébano y de productos narcóticos letales.

Mateo Casado Baena 

 

 

 


AUTOR: Mateo Casado Baena