Cuando pensamos en mujeres y en nazismo nos salen dos caras de la moneda: Eva Braun, la mujer florero de Hitler, con el que compartió toda la etapa de la dictadura y la guerra, sin sentir la menor empatía por los millones de personas a quienes su amante y sus secuaces estaban haciendo asesinar... y Ana Frank, la niña alemana refugiada en Holanda, víctima y cronista por antonomasia.
Sin embargo, durante el nazismo hubo mujeres que destacaron como dirigentes, verdugas, resistentes –dentro o fuera del Ejército– y cronistas, tanto en Alemania como en las potencias aliadas que se enfrentaron a aquella verdadera encarnación del Mal que fue el nazismo.
Los nazis sometían a las mujeres a un rol pasivo, secundario, expresado por una triple K: Kinder, Küche, Kirche (niños, cocina, iglesia); sin embargo, hubo mujeres como Jutta Rüdiger o Trude Mohr, que fueron las máximas responsables de la Liga de Muchachas Alemanas (BDM); la organización femenina que inyectó el nazismo a millones de niñas y mujeres alemanas. Su ejército doméstico fue tan eficaz como el de los generales.
Las mujeres que fueron torturadas y esclavizadas en los campos de concentración recordaban con espanto a SS-Helferinnen (auxiliares) como Irma Grese, Maria Mandl (la maestra de todas), Juana Bormann... que hicieron carrera en las SS y tomaron parte activa en las selecciones para las cámaras de gas, «asesorando» al propio doctor Mengele. Irma Grese sólo tenía 22 años cuando fue ahorcada por los aliados; había empezado a cometer sus crímenes en las SS a una edad en que en muchos países aún no se tiene el derecho al voto.
El Ejército soviético contó con mujeres pilotos de caza y bombarderos, como las famosas «brujas de la noche»; también hubo mujeres pilotando aviones en Estados Unidos y Alemania, pero no les permitieron combatir: se encargaron del transporte de tropas dentro de sus países, de llevar y traer los aviones dañados al mecánico... en Alemania destacó Hanna Reitsch, ferviente nazi y piloto de pruebas, que se atrevía a forzar al máximo los prototipos de aviones que luego usarían los soldados masculinos.
Los soviéticos contaron además con francotiradoras letales como Liudmila Pavlichenko o Roza Shanina; y también con tanquistas, alguna de las cuales tuvo que comprarse su propio tanque para que sus camaradas masculinos les dejaran combatir. Países como Yugoslavia, Francia o Polonia contaron con partisanas tan eficaces como los hombres a la hora de cometer actos de sabotaje o enfrentarse a los nazis con las armas en la mano.
La resistencia al nazismo no fue sólo cosa de hombres. En Alemania, la joven Sophie Scholl y su grupo de la Rosa Blanca fueron un ejemplo. Redactaban panfletos antinazis y los mandaban por miles a direcciones aleatorias sacadas de la guía telefónica; algo que puede parecer simple pero que en aquella Alemania sometida por el terror supuso una inmensa heroicidad. Sophie fue delatada por un conserje mientras lanzaba panfletos por los pasillos de la universidad, condenada a muerte decapitada; su último panfleto llegó a los aliados, que hicieron muchísimos miles de copias y las lanzaron en avión sobre la Alemania nazi.
La presa polaca Roza Robota fue una de las máximas responsables de la voladura de los crematorios de Auschwitz. Trabajaba como esclava en una fábrica de armas y, con ayuda de tres mujeres más, logró sacar numerosos pellizcos de pólvora que sus compañeros varones usaron para volar por los aires varios de los hornos. Fue sometida a torturas indecibles pero no delató a nadie. Cuando la iban a ahorcar arengó al resto de presos, obligados a contemplar la ejecución: «¡No podrán colgarnos a todos!». Era enero de 1945; el campo de Auschwitz fue liberado a los pocos días.
Hubo resistencias espontáneas de mujeres que se negaron a dejarse asesinar, rebelándose e instando a sus familiares y vecinos a que hicieran algo. No podían hacer nada, pero es falso que los judíos fueran «como corderos» a las cámaras de gas.
Olga Lengyel, Gisella Perl, Dunia Wasserstrom... pasaron por los campos de la muerte y dejaron sus crónicas para la posteridad; libros que casi no se conocen y que explican las miserias de los campos y la solidaridad entre las mujeres prisioneras. Dunia Wasserstrom iba a ser enviada a la cámara de gas cuando escuchó que las SS buscaban traductores. Dio un paso adelante. «Estoy enferma y llena de piojos, pero hablo cuatro idiomas». Escribió su libro en los años ochenta, cuando oyó a unas jóvenes extrañarse porque tenía pintado en el brazo «su número de teléfono».
Los libros de Olga Lengyel y Dunia Wasserstrom pueden encontrarse en español buscando en nuestras buenas librerías de viejo. Otros testimonios, como el de Mary Berg, están colgados en Internet en PDF. No es justo que sus voces se apaguen.
Lee Miller, corresponsal de guerra, se sacó una foto mítica bañándose en el piso que ocupó Hitler durante su estancia en Munich. Al pie colocó sus botas de campaña, manchadas con el barro del campo de Dachau, cuya liberación acababa de documentar. No sólo el macho de Hemingway estuvo allí...
En resumen, hay un sinfín de historias de mujeres que formaron parte activa del nazismo y el Holocausto. Ellas también pelearon. Ya os iré dando el tostón en 2020. Feliz año nuevo a todos y a todas ;)
Antonio Marcelo Beltrán.
@morigerante
AUTOR: Antonio Marcelo Beltrán