El valor de la palabra
Hoy no preciso de fotografías para enriquecer con ellas el texto de mi escrito porque quitaría espacio para poder escribir más palabras, que son las protagonistas exclusivas a donde quiero llevar mis pensamientos. He de confesar que me paso muchas horas leyendo y las palabras son por tanto unas íntimas amigas que llenan mi vida con su compañía. Cuando traslado mis pensamientos al papel y cuento, por medio de ellas, mis convivencias y mis recuerdos, entre ellas y yo, se establece un puente que facilita el libre acceso a mis inquietudes, esperanzas y deseos. Nace por tanto entre nosotros, un pugilato para ver la rapidez con que la cabeza es capaz de pensar, y ellas de traducir. No existe límite a nuestro deseo de hermanar ese vínculo que nos une, aún cuando a veces no pueda evitar que la mano cansada se agarrote sobre el bolígrafo y me pida con su dolor un poco de reposo. Es entonces cuando el pensamiento ya libre al no padecer esa secuela física sigue construyendo ideas para poder decir en su momento, ¡Hola, ya estoy aquí de nuevo y quiero volver a andar por los términos en los que tú y yo tan a gusto nos encontramos. En ocasiones leo que cuando alguien implicado en determinados temas, por palabras dichas fuera de contexto, es defendido por cualquier personaje afín con sus ideas, dice que aún cuando reconoce que sus palabras fueron desafortunadas su proceder fue correcto. Esto nunca puede ser así, ya que las manifestaciones públicas de un alto cargo forman parte indisoluble de su proceder y de su ética política. Siendo el hombre “esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios”, bienvenida sea esa esclavitud que nos condena, ya que es el precio que hemos de pagar por la libertad de poder decirlas. Bendita esclavitud que nos hace ser consecuentes con lo que decimos o escribimos y que nos obliga a ser moderados en nuestros juicios, máxime si tenemos el privilegio político de incidir en la opinión del pueblo al que representamos. Y mil veces bendita sea, si haces de tu palabra el paradigma de tu honestidad. A mí que soy viejo en edad y pensamiento me hubiera gustado vivir esa época en que una palabra dada, cerraba de forma indeleble cualquier trato en que cada cual había defendido sus justos intereses. La firma era un simple apretón de manos, teniendo tu palabra el mismo valor que una escritura notarial. Por esta y otras muchas razones, tu palabra debe de ser siempre el reflejo de tu personalidad y compromiso moral, dos conceptos que se configuran en uno: La Honradez. Alguien dijo que una imagen vale más que mil palabras. Yo diría que llega antes al cerebro lo que ves que lo que tratas de decir y que una imagen te presenta la belleza y la palabra te la describe. Son por tanto dos líneas que, al final, convergen. Me gusta hacer referencia y a veces reproducir en mis escritos, estas frases que grandes pensadores dijeron en determinados momentos, ya que con ellas, aparte de mi gozo al leerlas, pretendo llegar a quienes no las conocen, y son por tanto un estímulo para enriquecer su cultura, por lo acertadas e ingeniosas que acostumbran a ser. Es conocida la frase “París bien vale una misa” que pronunció el Hereje Enrique de Navarra cuando gracias a ella se hizo rey de la católica Francia. Napoleón aconsejaba siempre a sus generales que llevaran el corazón en la cabeza. Abraham Lincoln, Presidente de los Estados Unidos, consciente de la responsabilidad de su palabra, decía a los altos cargos de su gobierno que se cuidaran mucho de no despegar los labios en los momentos precisos. Quienes hayáis visto la película “Julio César “dirigida por Joseph L. Mankiewicz que nos habla del asesinato del César en el Senado Romano, quizás recordéis las palabras de Marco Antonio ante el pueblo, en el panegírico que hizo de su amigo asesinado. Son un canto a la sutileza con que se pueden decir las cosas, poniendo verdades en el corazón, con el dominio de las palabras, lo que las convierte en un arte. Tienen también la belleza con las que describía sus pensamientos Rabindanath Tagore, poeta religioso y filósofo hindú, premio Nóbel de literatura en el año 1913. De su obra, sólo voy a reseñar dos de sus pensamientos: “Soy como un camino por la noche que escucha en silencio los pasos de sus recuerdos”, “No temo al fuego vivo que me avisa con sus llamas pero librame tú de la grasa moribunda que se esconde en la ceniza”. Pienso por tanto que la palabra puede dar fama y gloria pero también puede hacer daño y matar moralmente cuando hiere sentimientos o es calumniosa. Abundando en lo expuesto, he tenido recientemente en un diario local, lo que D. Federico Espinosa, Jefe de Estudios del IES “Carlos III, ha dicho presuntamente para mi por alguna triste experiencia: “Una palabra puede matar sin que uno se manche de sangre las manos”. Soy por todo lo expuesto, consciente de su enorme poder y responsabilidad por la incidencia que generan en nuestras vidas. Nos condicionan desde los primeros balbuceos ya que nos abren o cierran el camino por el que transitan nuestros proyectos e ilusiones. Son, por tanto, las que forman y definen nuestro carácter y personalidad, ya que ambos conceptos son un reflejo de lo que dices. Y poco más puedo decir, ya que mi mano vuelve a estar cansada, y os digo adiós y hasta siempre, que es palabra de amor y esperanza.
AUTOR: Miguel Sánchez Díaz