No es fácil acercarse a la narrativa de Antonio Prieto con los ojos adocenados por la literatura de consumo, o por los productos editoriales barajados por las modas más insustanciales. Los medios de comunicación de masas, adoctrinan las preferencias de los lectores según sus oscuros intereses. Cuando un producto literario, y de momento hablamos solo de producto, no es rentable, se aparta y se fagocita con la garganta destructora del olvido. Pero cuando hablamos de las novelas de Antonio Prieto nunca hablaremos de producto sino de Obra Literaria, de Novela, con mayúsculas; porque, precisamente el marchamo de éxito de público y crítica no siempre corre en paralelo a la calidad. A menudo, el lector teledirigido y la crítica pesebrista ignoran cuándo están ante una obra de gran calidad, una verdadera obra del arte de la palabra.
Este tipo de ignorancia de algunos autodenominados sabios, este tipo de estulticia de los creadores de opinión no es de ahora, aunque ahora la fuerza omnímoda de los medios audiovisuales y la dictadura de internet han elevado exponencialmente lo que ya existía hace seis décadas, cuando Prieto echó a andar por la senda de la literatura.
La narrativa del autor aguileño es una delicia para paladares exquisitos, pero no está prohibida ni es inaccesible para nadie que tenga un mínimo de sensibilidad literaria. Su obra ha sido una especie de isla de cultura en medio de un mar de mediocridad, salvo honrosas excepciones, de segunda mitad del siglo pasado.
En El ciego de Quíos nos muestra a un Homero cercano y débil antes de perder la visión y desprendido de ataduras terrenales.
" Creo que al peregrino no le importaba ya mucho que se precisara con números los años que vivió ni contener en un nombre su lugar de nacimiento.
A nosotros siempre nos ha importado resaltar el lugar de nacimiento de nuestro hijo Predilecto, Águilas. Y hemos puesto empeño en corregir lo que, erróneamente, era aceptado por la mayoría.
Antonio Prieto debutó con 25 años ganando el Premio Planeta de 1955 con Tres pisadas de hombre. Ya en su ópera prima apuntaba deseos de renovar la novelística de postguerra, exponía postulados de técnica narrativa totalmente desconocidos en las letras hispanas. Pero fue con su tercera novela, Vuelve atrás, Lázaro de 1958, reeditada en 1973, cuando dio un giro copernicano a su estilo y tomó el camino que ya nunca abandonaría : su especial relación con el mito y con las fuentes de la cultura clásica.
Es nuestra intención aportar aquí una mirada personal sobre la relación que Prieto ha tenido con Águilas desde 1929, año de su nacimiento, hasta hoy, 20 de abril de 2016. Para movernos por la historia personal del novelista y su sentirse aguileño vamos a llamar a nuestra presencia a uno de sus mitos más queridos, y también mío : Ulises u Odiseo, el héroe homérico que encarna la fortaleza, la lealtad, la fe, el amor y certeza de que los sueños se pueden cumplir. Desde la lejanía del destierro, Ulises sueña con el retorno a su isla querida, a su Ítaca, a su palacio y al regazo de Penélope, su fiel y amada esposa.
Parece que Konstantin Kavafis se acercó a algún oráculo para definir la trayectoria de Prieto cuando escribió sus famosos versos :
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los Lestrigones ni a los Cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Y ciertamente que sí, que la emoción que emana de las páginas de Prieto es alta y nos toca el alma y la piel por su excelencia y el sentido de trascendencia que subyace en cada una de sus novelas.
Con Ulises y su aventura sin tiempo iremos trenzando ese sudario que Penélope teje y desteje cada noche para mantener viva la memoria del amado ausente. En paralelo, vamos a ir desgranando las diferentes fases por las que ha ido pasando la relación de Antonio Prieto con su pueblo natal.
Adelantaremos que no vamos a hacer un repaso pormenorizado de toda su novelística, ya que, a día de hoy, son ya 29 las novelas publicadas por el autor aguileño, sino más bien un paseo sugerente por aquellas obras que pueden marcar, literariamente, determinados hitos en su forma de referirse a Águilas. Porque rastreando paralelismos a lo largo de su vida literaria podemos encontrar ciertos puntos de coincidencia entre realidad y ficción que denotan las diversas formas de percibir su relación con el lugar de nacimiento.
Estamos plenamente de acuerdo con las palabras de la profesora María Hernández Esteban cuando nos dice que :
" La fascinación y asimilación de lo homérico, apelando al autor, o a la figura de Ulises, o a otros personajes y mitos ( Calipso, Nausicaa, el Cíclope, las sirenas, etc. ), a partir de los años 70, se hace rasgo vertebral en su narrativa, …/…Su narrativa podría leerse, a partir de ahí, como una gran novela vertebrada por presencias literarias claves, donde lo homérico suele tener prioridad
La profesora Hernández Esteban coincide con otros estudiosos de la obra pretiana como Guadalupe Arbona, en dividir la obra narrativa de nuestro autor en un antes y un después de 1972 ( Secretum ).
En la reedición de 1973 de Vuelve atrás, Lázaro, Ulises es nombrado y toma categoría de coprotagonista simbólico ante un Lázaro perdido en medio de una sociedad que no está preparada para aceptar a un resucitado en mitad del siglo XX. Como siempre, las magistrales palabras de mi añorado maestro Don Mariano Baquero Goyanes en su prólogo a la reedición, dan en la clave de las intenciones del autor :
" Una nueva versión que no supone una obra distinta o modificada sustancialmente. Antonio Prieto ha mantenido el primitivo texto de 1958 y ha limitado su revisión a unas adiciones que han servido para explicitar uno de los motivos subyacentes en la novela : el de la identificación de Lázaro regresado a la vida con Ulises en su vuelta a Ítaca. "
Por tanto, podemos afirmar que ya en 1958 estaba en el espíritu de su tercera novela la presencia, más o menos solapada, del héroe homérico. El protagonista de Elegía por una esperanza se llama Gabriel y vuelve al pequeño pueblo pesquero de Balerma donde Prieto pasó sus veranos infantiles junto al abuelo Ubaldo. El eximio profesor Don Ángel Valbuena Prat, amigo del aguileño, en un comentario a la edición de 1973 acierta en su observación :
" Porque no sólo Gabriel se desplaza en Homero y vive su tiempo ( permitiéndole a Homero sentirse en un presente ), sino que a su vez Homero ( como reflejo expresivo de la proyección autoràGabriel ) se proyecta en Ulises, se une a él, mediante la tristeza permitiéndole acercarse a Nausicaa, protagonizar su diálogo más querido. Es una traslación ( autoràGabriel = HomeroàUlises ) que se conjuga armónicamente porque son análogas experiencias sentidas por muy distintos protagonistas que se han producido en tiempos muy distantes y que, sin embargo, vibran en un mismo presente debido a la actualidad ( = siempre ) que les concede la palabra.
A partir de la siguiente novela, Secretum, de 1972 la presencia del ciclo homérico se hará prácticamente imprescindible en todas sus novelas, unas veces solapada, otras con carta de protagonista, pero siempre bajo la muy especial mirada de Antonio Prieto.
Vamos, ahora, a adentrarnos en la evolución que ha sufrido la presencia de Águilas en la narrativa de nuestro querido autor relacionando cada una de esas etapas con las aventuras de la Odisea.
La primera referencia, tomada cronológicamente, la encontramos en 1958 en la primera edición de Vuelve atrás, Lázaro, donde, casualmente, el resucitado, Lázaro, hace autoestop y lo para un camionero de Lorca que va hacia Almería. Y surge esta breve conversación intrascendente pero significativa para lo que estamos abordando :
" --Yo aún no me he bañado. Mañana voy a ver si me acerco a la playa y me doy un capuzón. Otros años me acercaba a Águilas, pero éste no pude. Esto del volante es muy esclavo.
--Sí, debe de serlo.
--Y aunque arreglaran las carreteras no harían nada malo, que bien nos sacan las perras para ello. ¿ No conoce usted Águilas ?
--No, no estuve allí.
--Es un pueblo muy alegre. De allí es Francisco Rabal, ese actor que tantas películas está haciendo ahora.
--Ya
--¿ Y Lorca ?
--No, tampoco, tengo que ir.
--Vaya Semana Santa. ¡ Verá qué procesiones y peleas ! Son las mejores del mundo."
Tenemos una primera negación expresa, aunque el escritor podría haber elegido cualquier otro pueblo de Almería o de Murcia, pero cita concretamente Águilas.
Unos párrafos antes, el autor nos habla del desasosiego que siente este Lázaro del siglo XX, resucitado y solo buscando a alguien que lo reconozca entre los vivos :
" Sentado en una piedra iba mirando los automóviles que, de Almería hacia Valencia, pasaban con sus matrículas extranjeras de turismo. Algunos procedían de Murcia y él levantó el brazo, pero los coches no se detuvieron. Y necesitaba saberse en Almería. Puede que allí, en la ciudad, algún recuerdo de cuando fue vivo viniera a su cerebro y le ayudara a construirse, a saber quién era."
En esta magistral construcción narrativa, que no pasó inadvertida a los grandes estudiosos de la narrativa de la época, podemos encontrar un cierto paralelismo con las peripecias de Ulises : Tras la guerra de Troya, el héroe es retenido en una isla, Ogigia, por la ninfa Calipso que está enamorada de él. La ninfa le ofrece la inmortalidad a cambio de permanecer eternamente a su lado. En novelas posteriores, Prieto nos hablará con un sintagma plenamente homérico acerca de Ogigia, tierra de vejez y muerte eximida. Ogigia representa la dualidad de un odi et amo que recogerá Petrarca de la tradición clásica como vaivén de los sentimientos durante una historia de amor.
Allí sufre un destierro de siete años, en lo que para otro mortal sería el paraíso soñado, pero para Ulises será una cárcel dorada, una cárcel de amor ( tema medieval utilizado por Diego de San Pedro y al que Prieto realizará en 2015 una Glosa impertinente ). No resulta difícil conectar el destierro del héroe homérico con ese otro destierro más metafísico que desgarra la piel de Lázaro, ese nuevo Lázaro que resucita en 1957 y suplica a la sociedad que lo reconozca y lo vuelva a situar entre los vivos. Ese destierro que fue la muerte y sepultura se rompe en busca de una esperanza, esa por la que años después el autor escribiría una bella elegía, pero la realidad es tozuda y lo niega una y otra vez. Si Ulises añora partir de Ogigia en busca de su retorno a Ítaca, Lázaro se duele al comprobar que el olvido es una segunda muerte que le ha tocado asumir. Podemos presumir que en estos años aún está fresca la herida del recuerdo funesto que supone la pérdida del padre de forma traumática. Todo cuanto se relacione con ese momento será, para Antonio Prieto, forzosamente, amargo, doloroso.
Nos atreveríamos a postular la idea de que esa metáfora del resucitado implorando ser reconocido mientras va siendo ignorado podría ser una manera muy poética de expresar la sensación que pudo provocar el lamentable incidente burocrático que ahora señalaremos.
Por estas fechas, 1955 -1962, la pertenencia de Prieto a Almería se hace notable y si aparece Águilas, lo hace de un modo apenas testimonial, como la evocación de un lejano recuerdo. Por esos años podemos calcular que se había producido el desencuentro administrativo de nuestro novelista con el pueblo. Según diversas fuentes consultadas al respecto, Antonio Prieto solicitó un determinado documento legal que debería expedir el juzgado de Águilas o, en su caso, el Ayuntamiento de la ciudad. Se lo negaron con excusas inadmisibles y absurdas, cuando lo que en realidad subyacía detrás de aquella torpeza era el pasado político de su padre, don Luis Prieto, diputado socialista por Murcia. El revanchismo y el odio fratricida anidaba aún en algunos de los mandatarios de nuestro pueblo, algo que el régimen franquista alentaba y encomiaba, tal como sabemos que se hizo, por ejemplo, con el gremio docente, en el que las purgas fueron tan habituales como injustas. Conectaríamos aquí con el canto XVIII de la Odisea, donde
los pretendientes al reinado de Ítaca humillan al héroe homérico.
En una novela de 2008, La metáfora inacabada, el autor nos hace una confesión que viene a concordar con esa sensación de desarraigo que mantuvo durante demasiados años :
" Dejé la bicicleta en la heladería que fundaron hace algunos años unos valencianos y busqué el banco de la glorieta a la espera de encontrar a mi anciano amigo. Creo que el banco estaba instalado frente a la casa donde había nacido, aunque no podría certificar qué edificio era. Siempre había escuchado en familia que yo había nacido en una casa de la glorieta, sin que diera importancia a su localización. Y ahora, que deseaba averiguar el primer lugar en el que respiré ya no tenía a nadie que me lo indicara. En verdad eran muchos los espacios que perdí cuando mi madre murió, y sentí que la raíz que me sujetaba a la tierra me fue cortada y me obligaba a navegar al igual que navegaron aquellas míticas islas sin anclajes terrestres como la brillante y errante isla de Delos."
Ya era suficiente dolor el que sentía Antonio por la ausencia de su padre como para soportar encima que la burocracia carpetovetónica de la postguerra le recordase que además de ser huérfano de padre, estaba señalado por llevar sangre del bando derrotado. Pero Prieto nunca hizo mención expresa en su narrativa de este triste episodio. Ni un comentario hiriente encontraremos en sus 29 novelas acerca de esta simbólica bofetada administrativa. He ahí su grandeza como hombre.
Eso sí, la distancia entre él y Águilas se fue agrandando en esos años pero no sin que algunos recuerdos se filtren a través de ciertos pasajes aislados de algunas novelas, tal como ocurre en Encuentro con Ilitia, de 1961 :
" --Y recuerdo un bombardeo en la estación con un tren lleno de gente. Veníamos de bañarnos y lo vimos muy cerca, pegados a la tierra. Aún se oían más los gritos de la gente que las explosiones de las bombas. Cuando los aviones se marcharon, cruzamos corriendo las vías por entre trozos humanos y gritos. De aquel bombardeo, durante muchísimas noches, seguí viendo al dormirme cómo intentó asirse a mi pierna una mano que pertenecía a una informe masa de carne enrojecida."
Poco más adelante, la interlocutora pregunta al protagonista :
"--¿ Dónde fue eso ?, ¿ aquí, en Almería ?
--No, en un pueblo de Murcia. Desde entonces no le he contado a nadie estas cosas. Ni siquiera ahora quería hacerlo."
Creemos poder concretar la fecha de ese ataque de la aviación italiana sobre las instalaciones ferroviarias de Águilas, el 3 de agosto de 1938, según el pormenorizado estudio llevó a cabo en 2003 Miguel S. Puchol Franco. Esa experiencia traumática queda en la memoria de nuestro autor y vuelve a reproducirse en algunas novelas posteriores.
Pero lo que queremos resaltar de la cita anterior es la voluntaria omisión del nombre del pueblo, Águilas, a cambio de " un pueblo de Murcia ". Estamos, pues, en lo que podíamos denominar zona más fría de la relación de Prieto con Águilas; había una herida que casi había cicatrizado y la torpeza de algún mandatario local consiguió reabrirla para que volviese a sangrar. Humana es la reacción pasiva de Prieto durante estos años y los siguientes.
No falta alguna opinión que deje entrever cierta amargura emanada de este incidente burocrático :
" Sí, cuando volví, me di cuenta de que nuestro esfuerzo había sido inútil y que eran ellos, los de siempre, los que habían vencido y los que seguirían colocando a sus inútiles hijos en los mejores puestos porque ya se habían reservado esa administración. Y ahora, cerca de cuarenta años después… no sé, ya no pueden interesarme mucho estas cosas. Es un tiempo que no me pertenece."
Estamos en el canto XI de la Odisea, cuando Ulises desciende al Hades, donde aparecen diversos espectros. Prieto reaviva la presencia de la muerte del padre y con la estupidez administrativa aparecen los fantasmas de la guerra.
Rastreando sus diversas novelas de esos años encontramos algunas ideas que, posiblemente, estén espoleadas por ese desprecio recibido desde la que fue su cuna, tal y como se muestra en Prólogo a una muerte, de 1965 :
" Es lógico, porque yo soy para ellos alguien que los ha traicionado y que les ha descubierto la impotencia de sus excusas. Únicamente me admitirían sinceramente de nuevo si regresara al barrio para ser tan pobre y tan mísero como ellos. Entonces me admitirían para poder gritarme y manifestarme su odio."
Si durante largo tiempo se le adjudica como lugar de nacimiento Almería, no lo niega, no se toma la molestia de desmentirlo porque su verdadera patria chica le ha vuelto la espalda y le ha negado tres veces, como el apóstol. Es por ello que en numerosos libros aparece como nacido en Almería en 1930, cuando en realidad nació en Águilas un 23 de septiembre de 1929. Quizá se estaba enfrentando a su Polifemo particular, siendo como Odiseo, Nadie, porque nadie era entre sus paisanos entonces.
En los últimos años este error recurrente ya ha sido debidamente subsanado.
Realmente, la herramienta que Prieto ha utilizado durante toda su vida para cubrir de olvido cualquiera de los recuerdos negativos que van jalonando cada una de nuestras existencias, ha sido su auténtica pasión por la literatura, tanto en su vertiente académica como en su mundo creativo, tan rico y poético.
En su espléndida Elegía por una esperanza nos dice lo siguiente :
" Y quizá sea convertir el dolor en palabra para después sonreír y reencontrar la vida en un nuevo riesgo de amar. Al escritor siempre le queda la tristeza de poder despedirse íntimamente, secretamente, palabra tras palabra, de su propia vida. Es lo que estuve haciendo y estaba hecho."
Ha sido capaz de construir un rico universo de personajes y lugares, de historias y héroes, todo ello surgido de una vastísima cultura especialmente brillante en la época clásica y el Renacimiento. En la novela que representa el giro más importante en el estilo de Antonio Prieto, Secretum, se hace referencia a cómo el hombre se refleja en su escritura. El Juez del futuro se dirige al Acusado ( acusado de amar y querer morir ) y le dice :
" --Y usted escribe. Usted escribió de un hombre llamado Lázaro que tuvo que regresar a la muerte porque los vivos no le creían. Escribió de un muchacho, luego anciano, que viajó en íntimo abrazo con la muerte. También de unos ojos de muchacha que amó en elegía. Supo sentir, quizá ser esos personajes y está en la tristeza que yo tengo."
Este es un breve ejemplo de una de las características estilísticas constantes de la narrativa de Antonio Prieto : la intertextualidad. Hay un deseo firme de construir un universo propio, un sistema con vida propia que se retroalimenta. Ya en la segunda novela, Buenas noches, Argüelles, de 1956, experimento narrativo a tono con el neorrealismo cinematográfico italiano, percibimos esa clara voluntad de edificar desde los inicios un todo de ficción que sea coherente a lo largo de una carrera literaria que sólo acababa de comenzar. Al final de Tres pisadas de hombre nos presenta cómo el protagonista, Luigi, se siente morir fundiéndose con la selva, haciéndose él mismo parte de la naturaleza salvaje de la Amazonía. Esa simbiosis marcada por el final de una vida, tan importante en esta novela madrileña, ya aparece rememorada en ese deseo de intertextualización que presidirá toda su novelística. La señora Méndez agoniza en su cama y el narrador omnisciente nos recuerda la muerte de Luigi :
" Esta mañana, cuando despertó, notó que una parte de vida había abandonado su cuerpo. Fue una sensación extraña. Como si le hubieran amputado un miembro. A partir de hoy irá muriendo pedazo a pedazo. La Muerte tiene un serrucho y cada día le corta un trozo de vida. Las piernas, los brazos, el cuerpo y la cabeza. Hoy las piernas. Cuando abrió los ojos supo que esto era cierto. Sus piernas ya no tenían plomo, no tenían nada porque, sencillamente, no estaban."
Veamos ahora las palabras que cierran la novela que obtuvo el Premio Planeta en 1955 y veremos que la idea de ir muriendo y tener la sensación de ir perdiendo la vida por momentos ya estaba expresada en la ópera prima de Prieto :
" He caído. Estuve tiempo sin sentir nada, sin escuchar nada. Es como si hubiera atrapado toda la felicidad del mundo y reposara en ella ( la selva )…Estoy tendido en el suelo, pegado a la tierra jamás compartida. Sé que ya no tengo fuerzas para levantarme, que sería inútil. Levanto mi frente y sonrío. Creo que mi vida empieza a ser vida de la selva."
Este deseo de mantener una interconexión entre todas sus criaturas narrativas se mantendrá a lo largo de su carrera, si bien en algunas obras las referencias son más explícitas y en otras se reducen a meros apuntes referenciales que el lector fiel sabrá extraer y saborear. Porque la obra de Antonio Prieto debe comprenderse en su globalidad ya que, toda ella está surcada por arroyos de superficie y veneros subterráneos que van a dar al mismo mar : la necesidad del hombre, como artista, y más concretamente, como escritor, de luchar contra la tiranía del tiempo que se viste de olvido y al que sólo se consigue vencer con la atemporalidad de una creación sustancial y con una arrolladora personalidad. Eso es lo que ha conseguido el autor aguileño con su extensa obra, y no hablamos únicamente de su narrativa; sus estudios filológicos ( algunos de los cuales corren paralelos a sus más significativas creaciones de ficción ), son referencia internacional en diversos temas como la semiología literaria, el Renacimiento italiano y español, sino que además Prieto ha dejado para la posteridad, para asegurarse la pervivencia de su espíritu a través del tiempo, una herencia inmaterial, ha dejado una pléyade de estudiosos cargados de su misma forma de acercarse a los textos y extraer lo esencial, y alejarse de lo superfluo, hablamos de varias generaciones de alumnos que hoy son profesores en las más prestigiosas universidades del mundo, así como escritores y críticos respetados. De este respeto y admiración pudimos ser testigos y participantes en mayo de 2005 en Alcañiz ( Teruel ), cuando el IV Congreso Internacional de Humanismo y Pervivencia del Mundo Clásico, tuvo como motivo central del mismo, realizar un homenaje al profesor Antonio Prieto.
No nos resistimos a traer aquí las luminosas palabras de Gaspar Garrote Bernal, alumno del profesor Prieto, que, en su Semblanza del profesor Antonio Prieto, nos dice así :
" El hombre, señor del tiempo. Esta difícil enseñanza debiera sintetizar, las aprendidas de uno y todos los Antonios Prietos, el profesor, el novelista, el editor, el crítico literario, el bibliófilo, el creador de opinión pública, el míticamente fusionado con Homero, con Petrarca, con Propercio. En suma, el humanista. Un Antonio Prieto que nunca ha renunciado a la armonía de la acción y la contemplación, y que siempre ha militado en el privilegiado círculo de las inteligencias que tienen la funesta manía de no ser dóciles."
Efectivamente, Prieto es uno y múltiple, pero siempre coherente, siempre auténtico, siempre humilde. La rica y variada cultura de Prieto, su mirada poliédrica a los textos para ver lo que nadie antes vio, le concede un puesto privilegiado entre los intelectuales del siglo XX y con todo el ánimo creador intacto para dejar su perdurable huella en este comienzo del XXI.
Pues bien, este intelectual de tan alto rango no puede ser un desconocido para sus paisanos, no puede ser un nombre de una calle de reciente creación y nada más. Está en nuestra mano propagar la admiración y el respeto por un escritor nuestro, recuperado para Águilas. En esta labor tendrán un papel fundamental los maestros de nuestra localidad, en sus manos está la necesidad de difundir los textos y la figura de Antonio Prieto, Hijo Predilecto de Águilas. Así cumpliríamos con una de sus obsesiones literarias : permanecer con su palabra más allá de su muerte y del olvido.
En el Canto I de la Odisea Atenea comunica a Ulises que abandone la plácida vida en la isla de Ogigia y el calor del regazo enamorado de Calypso y construya una nave y emprenda el regreso a su reino y a los brazos de Penélope.
Después de años de distanciamiento quizá ahora Antonio Prieto ha recibido el mensaje de Atenea para construir su nave de regreso y comenzar el periplo de vuelta. A este respecto hay un momento en que las referencias a Águilas empezamos a encontrarlas con mayor frecuencia y detalle.
Ya en el 1995, dentro de La plaza de la memoria, principalmente ambientada en Almería, en la adolescencia del autor, aparecen algunas menciones de Águilas, en forma de recuerdos juveniles de veranos divertidos :
" Recuerdo que a primeros de julio me marché a Águilas, a casa de mi abuela. Era una
mujer magnífica, llena de carácter, a quien la había perdonado que me llamara Oliverio. La casa de mi abuela era muy grande, absurdamente caprichosa e incómodamente hermosa. Mi bisabuelo, en uno de sus viajes, había descubierto en venta una espléndida escalera de mármol blanco que se ramificaba en su ascenso y alcanzaba tres alturas. Era, realmente, una escalera bellísima del siglo XVIII. La adquirió y la trasplantó a Águilas. Situada en el centro de un amplio espacio, mi bisabuelo ordenó construir una casa de tres plantas alrededor de la escalera."
En otro momento de esta novela, Prieto explica cómo un objeto se pude transformar en puente para otra vida:
" Creía entonces que ascender por aquella hermosa escalera que adquirió el bisabuelo Juan y cuyos escalones, al pisarlos, desataban el tiempo."
En esta magnífica creación narrativa, que obtuvo el Premio Andalucía de Novela de 1995, nos ofrece una curiosa aparición en la que Almería ( mi ciudad ) y Águilas se citan conjuntamente :
" Antes de regresar a mi ciudad, quise detenerme en Águilas, donde sus noches habrían cobijado festivamente al verano. A la entrada del Placetón vi la vieja y hermosa casa de la abuela…Avancé por el Placetón y me fui a la izquierda, a la casa de aquella señora que me hacía camisas y le alquiló unas habitaciones a Claudia. Me explicó que su marido, que fue amigo de mi padre y compañero del Partido Socialista, había muerto en el exilio, en una pequeña localidad de Francia." En esa misma plaza de la memoria donde se mezclan Almería y Águilas nos encontramos en uno de esos momentos en que el escritor intenta recomponer su identidad mezclando tiempos, lugares y personajes :
" No estaba enfermo sino que encontraba, escuchaba mi pasado. Podría dudar de aquellos veranos que me ofrecía la abuela en Águilas, de haber estudiado con los Hermanos, de tener una cátedra universitaria, pero estaba seguro de Alf, del bueno de Alf, de mis noches previas al incendio de una hoguera, de mis largos años pasados en Bolonia."
En una relativamente reciente novela, Invención para una duda, ( 2006 ), el autor se desdobla entre Gabriel y el profesor Lino Martín, y nos dice lo siguiente :
" Recuerdo un día anterior en el que Gabriel y el profesor Lino Martín dialogaban, respectivamente, sobre Balerma y Águilas, dos pueblos del Mediterráneo donde vivieron de jóvenes.
--Los pueblos--decía Gabriel-- se transforman y los transformamos en nuestros recuerdos hasta crearlos como no fueron nunca. Aunque siempre hay un edificio, una iglesia o un ayuntamiento que permanecen y con lo que asimos la realidad que los sostiene."
Una mención especial merece la permanencia de un lejano vínculo con la tierra murciana, concretamente con su capital, Murcia, algo que también se puede rastrear en esta etapa de distanciamiento; parece claro el deseo de no desligarse totalmente de su tierra nativa.
Así podemos verlo incluso ya en su ópera prima, Tres pisadas de hombre, la que recibió el Premio Planeta en 1955, donde uno de sus tres protagonistas, futbolista recuerda sus inicios y ascenso deportivo :
" Yo, señor, ya me convencí de que no soy muy listo. Me lo decía mi padre, aunque mi padre era barrendero municipal y quizá no tuviera mucha formación para afirmar aquello. Era lo que decía mi padre todas las mañanas. Hasta que un día fiché por el Real Murcia y más tarde pasé al Real Madrid. Entonces toda mi familia empezó a comer bien y a tener trajes, y mi padre no volvió a llamarme tonto. Y lo sé, no soy precisamente un cerebro."
Más de medio siglo después, en una especie de ajuste de cuentas consigo mismo, Prieto pone en boca de un personaje de Invención para una duda, de 2006, lo siguiente :
" De jóvenes habíamos jugado juntos y recuerdo que en Murcia había un barrio conocido en el que una de sus putas, La Coja, era célebre y quisimos probarla, aunque tenía una hermana rubia, espléndidamente distribuida de juventud, que a mí me gustó más y preferí. ¿ Cuándo fue eso ? Ni siquiera puedo recordar qué partido nos tocó jugar y sólo mantengo en la memoria que había dos calles principales, Trapería y Platería, en una de las cuales estaba el espléndido y señorial casino y en otra, o cerca, vendían unos pastelillos de carne riquísimos. "
O en este párrafo de un artículo periodístico :
" En esta hermosa disyuntiva celaba mi íntimo pensamiento cuando en un espacio inexistente se me apareció Rufina, aquella que epistolarmente me pedía pastelillos de carne y michirones."
También en la almeriense, por ambientación, Isla Blanca, aparece una cita poco decorosa de nuestra capital :
" --Sí, una amiga. Estuvo muchos años en Murcia y era una de las putas más apetecidas. Hasta que se la trajo a Madrid alguien, la tuvo unos cuantos años, y luego la abandonó. Si está aquí tan temprano es porque anoche no fue bien la cosa."
Hay recuerdos de juventud que nunca se borran y Prieto no es una excepción, y transmutado en el profesor Martín Goytia, el narrador dice lo siguiente :
" Ahora, por ejemplo, recuerda el examen de ingreso en la Universidad cumplido en Murcia no reconoce por qué causa. Ve perdida aquella juventud en la que paseaba algunas tardes por Trapería y se hospedaba con unos amigos en una pensión, cercana al lujoso Casino Cultural, en la que le daban de comer frecuentemente unos pastelillos de carne deliciosos."
Comprobamos cómo determinados alimentos ejercen como la magdalena de Proust de eslabón psicológico que nos hace recuperar un pasado lejano por medio de unos mecanismos que se mueven en el subconsciente de un modo a veces incomprensible.
Pero la novela que marca un verdadero cambio de inercia respecto al tratamiento de Águilas dentro de la narrativa de Prieto, es, sin duda, Reliquias de la llama, del año 2000. Podríamos aventurar una hipótesis sin base : quizá el Prieto hombre, anclado en sus más lejanos recuerdos, desea recuperar la concordia con su cuna porque de ese modo se recupera a sí mismo. Y porqué no pensar que haya esperado a que finalice el atribulado siglo XX para romper con una tendencia enquistada que ya iba haciendo daño. ¿ Por qué no comenzar el nuevo milenio volviendo la vista a sus orígenes, por qué no abandonar la coraza vieja de resquemor contra quienes ya no tienen culpa de una torpeza antigua ? Creemos que esta es la novela del reencuentro, la que marca la firme decisión de Ulises de retornar su Ítaca querida, Canto XIII del poema homérico.
Como decía Kavafis, el viaje ha sido largo y lleno de aventuras, pero al final ha merecido la pena, la emoción del regreso a su casa, a su reino, merece todo el largo rosario de sinsabores que han ido desgranándose por los años.
Así se muestra, claro y contundente, sincero y desnudo ante sí mismo, cuando expresa cierto dolor íntimo por el largo apartamiento garcilasiano que alimentó el olvido y sembró la distancia de los años :
" --Pero además--le expliqué a Francisco-- al encontrar a Blanca me brotó la necesidad de conocer el pueblo, de saber el nombre y el movimiento de sus gentes. Quiero acercarme a su actualidad y salvar así los tantísimos años en los que estuve fuera y me convirtieron en extranjero."
Después de rastrear varias veces todas sus novelas, quizá sea esta frase la única que puede desprender un amargo sabor a reproche : dice que los años lo convirtieron en extranjero pero quizá se refiere a algunas personas que lo convirtieron en extraño, ya que se negaron a certificar su identidad como aguileño en un determinado momento. En cualquier caso, reiteramos el convencimiento de que Prieto no ha querido nunca ahondar en esa herida y se ha dedicado a aligerar su dolor posando sobre ella el bálsamo amable de la memoria positiva, ese arduo trabajo que el maravilloso mecanismo de nuestro cerebro realiza por nosotros, eliminando, dentro de lo posible, todos aquellos recuerdos que nos laceran, dejando guardados tan sólo los que nos proporcionan placer : músicas, olores, sabores, imágenes, texturas…
Por fin, Antonio Prieto se decide a pregonar su aguileñismo por escrito, de la mejor manera que sabe hacerlo, fabulando, creando mundos de ficción, fabricando belleza donde no había más que una sórdida realidad. Y siendo memoria, como nos dice un personaje de su novela Dolabella, de 2001 :
" --El ser humano es fundamentalmente memoria, es en ella donde habita y se sabe, donde puede recrearse."
La expresión concluyente de la voluntad de deshacer confusiones y aclarar, de una vez por todas, dónde y cuándo nació, la pone por escrito bajo la sombra del personaje del profesor Lino Martín :
" Se llama Lino Martín y tal vez lo conozca; es de Águilas, en Murcia."
Estamos en el canto XIII de la Odisea, cuando los feacios despiden a Ulises y este regresa , dejando allí los ojos enamorados de Nausicaa,a Ítaca disfrazado de mendigo. A este respecto, sabemos que nuestro flamante Hijo Predilecto visitó en unas cuantas ocasiones su pueblo natal pero de incógnito, como disfrazado de mendigo. Sólo algunos, como Eumeo o Euriclea o como el fiel perro Argos, supimos reconocerlo en alguna de esas visitas fugaces.
Ese profesor que además escribió una novela en 1955 ya tiene un verdadero interés en dejar bien claro su origen, y no es más que un claro alter ego del propio Prieto, como leemos en Invención para una duda, de 2006 :
" Yo miraba ahora a Lino Martín y era cierto que Lino Martín había nacido en el pueblo murciano de Águilas, en una casa frente al mar y en un septiembre de un año perdido. Su padre fue un médico conocido que, animado por el ejercicio de la caridad social, fundó en 1929 el partido socialista aguileño. La política y los avances científicos acabaron conduciéndole a Madrid, en cuya calle de Carranza instaló con otros compañeros una clínica, a la que acudían gratuitamente muchos aguileños."
Puede resultar curioso comprobar que esta novela aparece en junio de 2006 y en agosto de ese mismo año, el Excmo. Ayto. de Águilas le concede a una calle el nombre de : Escritor Antonio Prieto. El autor, poco dado a recibir homenajes académicos, estuvo en el acto de inauguración de la calle y horas más tarde, dentro del Ciclo Mirando al Mar, ofreció una lección magistral sobre el amor en la poesía renacentista. Como es de suponer, la novela fue terminada bastantes meses antes de este acto de homenaje que recibió en su pueblo y del que tuvo conocimiento unas semanas antes de su celebración.
Es por esto por lo que pensamos que el giro de tendencia que comenzó en Reliquias de la llama en el año 2000, y que supondría un paralelismo con el canto XVI de la Odisea cuando Telémaco reconoce a su padre, Ulises aunque vaya disfrazado y se llena de ímpetu para acometer la batalla con los pretendientes y la recuperación del palacio y la isla, se confirma de forma definitiva en esta novela de 2006, ya que, incluso hay un párrafo anecdótico que nos dice cómo Antonio Prieto vino unas cuantas veces a su pueblo pero de incógnito :
" Llegué a extraer de la memoria que una vez, en el verano de Águilas, donde caí por casualidad, un joven doctor llamado Francisco José Montalbán había estado en Alcañiz, en un congreso internacional de humanismo organizado por el doctor José Maestre Maestre, en el que se le rendía homenaje al profesor Lino Martín. El joven, por como hablaba de Lino, parecía estimarlo mucho, tal vez influido por el paisanaje. Otras razones personales yo las desconocía porque el joven Montalbán había cursado Filología en la Universidad de Murcia, cuya cátedra de Literatura jamás había sido ocupada por Lino Martín."
En otro momento, aparecen datos concretos que nos muestran de modo fehaciente que la memoria de la infancia está grabada a fuerza de dolor y felicidad mezclados en la lejanía de los primeros pasos por la vida. En La metáfora inacabada, de 2008, podemos rastrear numerosas referencias a Águilas, como estas :
" --Bueno--intentó fijarme--.En el pueblo hay varias casas de coches de alquiler. Cerca de aquí, en la que fue fonda Jorquera, el hijo de un viejo amigo, Periago, tiene un taller de automóviles, un amplio local en el que los expone y alquila."
En otro pasaje cita la farmacia de don Francisco Moreno que los más mayores aún sepan ubicar ( Pág. 172 ); también aparecen la Huerta del Consejero ( Pág. 83 ), el Charco (Pág. 28 ), la gasolinera de Aníbal ( Pág. 10 ), la playa de la Carolina, la casa de los Ingleses ( Pág. 59 ) y el Balneario ( Pág. 127 ), pero más interesante nos parece cómo el novelista incorpora a su narración personas reales rescatadas del fondo de sus recuerdos :
" No podía olvidar que era una persona recitadora ( Francisco ) de leyendas a las que prestaba el aire de su actualidad y en las que difuminaba nombres que yo había escuchado en casa de pequeño. Por ejemplo, el de don José Moreno, hermano del boticario, que había sido un médico compañero de mi padre, o el de una dama encantadora, Conchita Parra Lloret, cuyo bisabuelo Enrique dio nombre al Paseo de Parra que tanto recorrí de joven."
Pero sobre todo, en esta novela tiene una importancia mayor la Glorieta ya que en sus bancos se suceden la mayoría de las conversaciones entre los protagonistas :
" En los árboles pregonaban el tiempo los gorriones y las palomas recorrían el suelo de la glorieta descubriendo comida que picotear. Todo esto, y las campanadas de la iglesia y las gentes que se alegraban de reencontrarse en la glorieta eran cosas que entendía perfectamente y que me admiraban apreciándolas como compañía. Serían cerca de las diez cuando vi a Francisco enderezarse a nuestro banco."
Este personaje de Francisco representa la voz de la memoria y por ello, al protagonista y narrador le interesa encontrarse con él cada mañana en un determinado banco de la Glorieta para recuperar un poco del pasado remoto y reencontrarse consigo mismo :
" Los había tan ancianos que podían hablarme de mi bisabuelo Juan Jiménez Crouseilles, que tenía dedicada una calle cercana a la iglesia…Con Francisco había comenzado a creer que era hermoso tener un pueblo o una aldea en la que pesar el tiempo y darle orientación."
Sin embargo, hay momentos en diversas novelas, como en esta, en que la confusión de los recuerdos con la realidad le produce cierto desasosiego y sensación de pérdida en medio de un mundo desconocido :
" --¿ Qué te parece el pueblo ?--me preguntó de repente.
--Casi no lo reconocía. Tuve que situarme en la glorieta y desde allí orientarme, caminar con la imaginación las calles que anduve de joven y arriesgarme a recorrerlas. Fue una experiencia nueva.
--¿ Y el encuentro con las personas ?
--Apenas queda alguien de mi tiempo. Vago por las calles y no reconozco los rostros ni me reconocen. "
Antonio Prieto, el hombre, tiene esa sensación de estar perdido y sólo en medio de una multitud que tuvo su criatura, Lázaro, el que resucita en una realidad que le responde con hostilidad lo imposible de su existencia. Sin llegar a ser tan dramática la situación, los primeros acercamientos de nuestro novelista a su pueblo con una verdadero afán de reencuentro, resultan, como poco, ambiguos, desconcertantes.
Pero ese " creer que era hermoso tener un pueblo en el que pesar el tiempo " y otras afirmaciones de intención y deseo semejantes, expresadas literariamente en su última producción novelística, nos indujeron a pensar, hace ya algunos años, que el camino de la reconciliación entre un autor que nunca había renunciado a sus orígenes y un pueblo que tiene expiar hoy culpas viejas y ajenas, estaba marcado, sin vuelta atrás. Y ese deseo se transforma en palabra cariñosa, en recuerdo amable, en cercanía sincera y en una gratitud auténtica de Antonio Prieto hacia los aguileños.
En 2009 se produce un hecho insólito en la obra narrativa de nuestro autor : por vez primera, no le edita Planeta ni Seix Barral ni otra editora nacional. El propio novelista insiste en su deseo de publicar alguna novela en Murcia, su tierra natal. Y conscientes de ello, hicimos de puente entre el autor y la Academia Alfonso X el Sabio, durante meses se revisaron pruebas, se trabajó en la portada y finalmente vio la luz en un día cargado de emociones para Antonio Prieto, La sombra de Horacio, una obra donde la admiración por el poeta latino queda bien patente.
A modo de introducción hay una Carta al Autor escrita por su compañera y amiga de saberes clásicos de la Universidad de Murcia, Francisca Moya del Baño. Esa carta acaba con las siguientes palabras :
" …hay que depositar el tiempo en la palabra preñada de tradición y futuro, la palabra capaz de erigirse contra la barbarie del progreso. Todo esto y mucho más está en tu obra. Gracias por esta hermosa novela, y gracias muy especiales por haberlas confiado y dado a la luz en Murcia. Recibe un abrazo muy fuerte."
Paradójicamente, esta novela murciana está totalmente ambientada entre la Roma de Augusto y la ciudad universitaria de Madrid, y no aparecen ni Murcia ni Águilas en ningún momento.
Pasamos a 2010 con la publicación de El manuscrito sellado, en donde el marco espacial se restringe fundamentalmente a la localidad extremeña de Zafra.
En 2011 aparece La cabra de Diógenes, donde reaparecen ciertas anotaciones sobre los recuerdos infantiles en Águilas, y adolescentes en Almería, pero nos llama la atención de un pasaje sobre el orgullo legítimo de dar nombre a una calle, algo que sabemos, le hizo y le hace mucha ilusión, como a partir de hoy le hará el título de Hijo Predilecto de Águilas :
" Era una casa hermosa, haciendo esquina, con grandes ventanales, desde uno de los cuales yo me soñaba en mi pueblo ganándome una calle que llevara mi nombre, desde la que se oliera el mar y pudiera uno dormirse escuchándolo. Sé que es necia vanidad, pero a veces la vanidad nos sostiene levemente sobre el pragmatismo vulgar de la vida cotidiana."
En otro momento de esa misma novela parece no darle tanto valor a ese honor de dar nombre a una calle :
" Seguro de que ya no le importaría cómo a nosotros que alguna calle o calleja tuviera en una esquina una placa o azulejo con su nombre de poeta. ¿ Qué podían importar ya esas supersticiones de querer recordarse en un letrero que caería con cualquier reforma urbana o el nombre de una calle perdida no era sino una ilusión romántica de poeta."
De entre las últimas novelas podemos extraer una nueva referencia espacial recobrada al son de la memoria, hablamos de Tébar, donde pasó alguna temporada en plena guerra buscando con su madre un amparo que los alejase de los bombardeos o batallas que podrían producirse en Águilas debido a la importancia del puerto y los talleres de Renfe por entonces dedicados a fabricar armamento. En Cartas a un viejo amigo difunto, de 2013, nos dice lo siguiente :
" --En el pueblo, en Águilas --comencé a responder--llegaron pronto los bombardeos, que solían avisarnos desde una potente sirena instalada en el castillo. El aviso solía llegarme cuando estaba jugando a las chapas en la calle. Nos mirábamos contrariados por la interrupción y salíamos corriendo a meternos en unos refugios familiares construidos aprovechando la roca de la montaña. No existía ningún miedo, en general. La gente en el refugio se notificaba cosas o charlaba al igual que lo hacía en la plaza o en una visita de vecinos.
--¿ Y luego ?--me apremió Berta.
--Después arreciaron los bombardeos y nos fuimos al campo, a Tébar, que estaba en la carretera de Lorca."
Esa casa de Tébar es conocida por la Casa de la Marquesa, y perteneció en tiempos a la familia Sastre, de Lorca. Los recuerdos del niño Prieto reaparecen en la edad provecta con una claridad luminosa, y su mágica palabra nos pinta aquella realidad como lo haría una película :
" Retomando, Hilario, aquel punto en el que íbamos, te indico que en la casa de la señora marquesa, que era muy friolera, nos instalamos mi madre severamente enlutada de reciente viuda, mi abuelo Ubaldo, abandonadas sus tierras, Isabel la cocinera y yo, al que todos mimaban un poco porque tenían lástima de mi estrenada orfandad. Con todo, yo no me sentía desgraciado, recepcionando odio, aunque quería muchísimo a mi padre, al que apodaban en el pueblo el médico de los pobres ya que corría la voz de que jamás les cobraba a quienes no tenían para comer."
Una vez más, la figura paterna sobrevuela la historia infantil de Antonio Prieto, y nos habla del Hospital de Sangre que su tío Juan y su padre fundaran para atender heridos de guerra y enfermos del pueblo :
" Mi tío Juan y mi madre se llevaron a Isabel para ingresarla en el hospital de Águilas. Se leía la faz del miedo en su rostro, pero no dijo nada, ni un ¡ ay ! de lamento. La operó Armando Muñoz Calero, que era amigo de mi padre y luego sería presidente de la F.E.F, impulsor de la Mancomunidad de futbolistas y con una calle dedicada en Águilas."
Muy chocante resulta el episodio de los tres cerditos, no, no se trata del cuento tradicional que todos conocemos, sino de una anécdota, a buen seguro real, que narra el novelista aguileño con su habitual gracia y maestría, en la época en que se encontraba con su madre en Tébar :
" O prefería que le repitiera aquella jornada en la que el tío Juan descargó de la camioneta a tres gorrinos, casi lechones, que había conseguido en un mercado de Baza. Eran tres animales que serían asignados a las tres familias, por sorteo, que estábamos refugiadas en la casa de doña María Sastre, la marquesa de Tébar, encabezadas, a saber, por : mi madre, siempre enlutada, con un velo de gasa que se colocaba los domingos o cuando iba de visita; la tía María casada con el tío Juan, sin hijos; y Anica, su hermana mayor que tenía a su marido fugado, sin paradero desconocido y un hijo de ambos, Robertito, alto y esquelético con el que unas veces jugaba y otras reñía porque seguíamos en guerra. Ellos, las dos hermanas y mi madre representaban como cabezas de familia a las tres entidades de refugiados ya que no había hombres, pues los naturales habían muerto, estaban de milicianos en la guerra, en la cárcel, huidos o en el contrabando."
Y con la curiosa historia del cerdito, nos hilvana un episodio del que no nos había hablado de modo tan preciso en ninguna novela anterior. Un momento de separación física de su tierra nativa, su especial destierro a Almería :
" Llegó el día del final de la guerra, después de tres años de inciviles manifestaciones, y tuvimos que separarnos. El abuelo Ubaldo, Isabel la cocinera, manca, mi madre y yo a la casa de Almería, en la calle Gerona, y el gorrino convertido en un ejemplar espléndido se marchó con mi tío Pepe a Águilas. A mi tío le gustaban mucho los animales y me prometió que no lo sacrificarían en las matanzas de Navidad. En cuanto podía yo regresaba a Águilas y visitaba al gorrino, que me reconocía claramente. Mi tío lo había alimentado con la harina que obtenía de moler el pescado secado al sol."
Pero, a pesar de todo, de la pérdida del padre, de la permanente sensación de provisionalidad, de la angustia que transmitían los mayores, el niño de 7 años Antonio Prieto, hallaba refugio en la música, algo que nunca pasa inadvertido a lo largo de sus seis décadas de narrador. Siempre hay una pieza musical que va indisolublemente unida a un recuerdo, a una situación, a un amor :
" Mi madre, ignoro si te lo dije, estudió la carrera de música, como no era infrecuente en su tiempo. Solíamos pedirle, sí, también yo, que se acercara al piano e interpretara alguna pieza romántica, nocturnos, preludios, baladas, valses de Frédéric Chopin o Franz Listz. Eran unas veladas que parecían extrañas en medio de tantas noticias o comentarios de la guerra que padecíamos, pero que lograban desplazarnos, al menos a mí, a otro mundo."
A ese otro mundo, ajeno a lo humano, donde la nobleza impera, es el universo canino, Antonio Prieto ha sido gran amante de los animales desde su más tierna infancia hasta la actualidad. Siempre ha habido uno o varios perros a su alrededor. Perros que han sido protagonistas en algunas novelas, como Buenas noches, Argüelles, con el cóker negro Trompo, el perro Dux en Vuelve atrás, Lázaro, reflejo almeriense del Argos de la Odisea, y así una larga nómina de canes que siempre anduvieron en los textos y en la palabra del novelista. Algunos perros de la infancia se infiltran en nuestra piel para no abandonarnos nunca :
" Fue una camada preciosa de cinco cachorros rubios igual que la madre, y uno de negro apasionado, macho, que recibió el nombre de Numa y corrió en los veranos por las playas de Águilas chapuzándose en el mar."
Incorporado el autor en el profesor Martín Goytia, nos habla de la tristeza de ir despidiéndose de cosas, pero no por lo que son físicamente, sino por lo que representan en el tesoro de los recuerdos lejanos :
" Goytia acrecienta su estado de tristeza sumando al correr erótico la pérdida de una tierra propia en la que asentarse. Porque primero escapó la casa de Águilas, a cuyo mirador se asomaba de pequeño para seguir el vuelo de las palomas de la glorieta y oír su zurear arrullador inflando el buche. Fue la casa donde tuvo su primer perro, en la que su padre cuidaba enfermos y desde la que, alzándose en un taburete, veía a lo lejos los muros de un castillo aún protegido por un mar que deseaba conquistarlo para aumentar su fondo pedregoso."
Esa afición a la colombicultura, mantenida por su tío Pepe hasta sus últimos días casi, la tuvo nuestro escritor desde la infancia. Aparecen referencias en diversas novelas, pero como ejemplo de que nunca olvida determinados hitos de su infancia, vemos lo que escribe en su última novela Glosa impertinente sobre Cárcel de Amor, de 2015, y más concretamente en el capítulo que abre la novela, titulado simbólicamente, El espacio imaginado :
"--Sí, claro que me acordaba de mi padre, pero no de cuando regresaba de la clínica y terminada la comida me sentaba en sus rodillas y me dibujaba al ratón Mickey o las palomas de la vieja glorieta de altas palmeras."
Pero si tuviésemos que elegir una novela que represente ese canto XXIII de la Odisea, en el que Penélope reconoce por fin a su marido en el palacio, gracias a la descripción que le hace Ulises de la cama de madera de olivo que él construyó, sería, sin duda, Reliquias de la llama, que además incorpora una saga al estilo del realismo decimonónico, es la historia entre real y ficticia de una familia desde 1868 hasta 1999, casi un siglo y medio donde la casa del Placetón será algo más que un elemento arquitectónico, será el aglutinante de historias y sueños, de verdades y mentiras, de lágrimas y sonrisas, será, como la vida misma, un tiovivo del destino. Y el corazón del destino lo simboliza la escalera de mármol blanco que el abuelo compró un día en Madrid y a cuyo alrededor hizo construir la mansión familiar :
" Don Juan Jiménez halló allí una hermosa escalera de mármol que tras su amplio tramo inicial abría sus brazos en dos ramas para volver a unirse en la parte alta. Era una espléndida escalera de hermoso desarrollo y don Juan decidió adquirirla para trasladarla a su ciudad. Allí, en un gran espacio de terreno que llamaban el placetón, en su justo centro, se instaló la hermosa escalera y después, en torno a ella, se construyó una amplia casa de dos plantas a la que pronto comenzaron a conocer como la casa del placetón o la casa de la escalera. Fue donde vivió desde pequeña y hasta su muerte la abuela Rosa."
La relación de historias y lugares íntimamente enraizados en nuestra ciudad es, en esta magnífica novela, ciertamente abundante; por ello, solamente vamos a detenernos en algunos de los puntos urbanos más significativos y reconocibles para el público actual.
La casa del Placetón, como decíamos toma aquí el papel de un protagonista, como si el autor le hubiese conferido un aliento divino y pudiésemos sentir su latido a lo largo de varias generaciones, unas veces sereno, otras alterado, siempre intenso. Incluso podría decirse que la casa del Placetón incorpora en sí misma una suerte de mandato ancestral para sus habitantes :
" Porque fue a partir de esa consideración de las ideas del emperador Maximiliano, cuando don Juan comenzó a soñar la casa del placetón como si fuera un añoso castillo por cuya amplia escalera de mármol pudieran discurrir los pasos de la historia con un sonido tan firme que llamarían a algún descendiente por nacer para que preservara con la vida de la palabra lo que la piqueta del tiempo quería arrasar."
Ese descendiente por nacer ( estamos en el capítulo de 1868 ) no es otro que nuestro flamante Hijo Predilecto de la Villa de Águilas, Antonio Prieto, quien ha completado con creces esa misión no expresada por nadie sino por el mármol blanco, de una memoria dedicada a acariciar la palabra con manos de orfebre y conferirles un brillo tan especial que quedarán por siempre en sus libros y en el recuerdo de los aguileños.
Menudean por esta maravillosa historia familiar jugosas descripciones del interior de la mansión familiar que nos transportan a un ambiente a veces real a veces fantástico :
" En la azotea de la casa del placetón, en su centro, se levantaba una lucerna cuadrangular a través de la cuyos cristales le llegaba ampliamente la luz a la hermosa escalera de mármol cuya belleza originó la construcción de la casa. Avanzada la tarde, a Luis María le gustaba subir a la azotea, desde donde volaba los palomos de pica cuando era joven, y desde allí ir contemplando cómo el mar iba perdiendo algo de su azul con la ida del sol."
Vamos a dar una breve pincelada sobre algunos puntos estratégicos que aparecen con cierta frecuencia a lo largo de Reliquias de la llama :
El cabezo
" Lo que permanecía inmutable eran los barrios de Maravillas y del Cabezo, en los que se decía apagadamente por ciertas damas que se había habilitado un grupo de casas para ejercer la prostitución. Y debía ser cierto porque cuando tocaba puerto algún barco, generalmente inglés, se veía cómo algunos chiquillos se acercaban al muelle, le mascullaban algunas palabras a los marineros y luego los guiaban en sus ascensos a los barrios altos, de donde no raramente descendían después bajo efectos etílicos."
Glorieta del Casino
" En el mes de agosto, la terraza ajardinada del Casino se animaba cotidianamente con bailes que amenizaban dos orquestas que habían escogido para cambiar entre ellas la composición de Charles Trenet La mer. A veces, el número de asistentes era tanto que las sillas de madera invadían la pista, muy cerca de la cual siempre había un grupo de señoras que vigilaban a las jóvenes parejas determinando sus habilidades, inspeccionando sus acercamientos o simplemente comentando a qué familias pertenecían, mientras sus maridos permanecían en el interior del Casino jugando al monte o comentando las consecuencias del asesinato en la India de Ghandi o la guerra civil de China que iba decantándose en favor de los comunistas o el sorprendente nacimiento de una nación judía en Israel, después de diecinueve siglos."
El Casino
" El Casino era un punto esencial de la ciudad en cuyos salones se proponían políticos, que normalmente eran elegidos; se jugaban al monte fuertes cantidades de dinero; se conversaba sobre amantes; se leían periódicos conservadores y de tarde en tarde, para atraer a la juventud y admirar la belleza intocada, se organizaban animados cotillones. Dos veces al año, uno de los salones del Casino era cedido a las damas que pertenecían a la Asociación de Buenas Costumbres, las cuales penetraban en el local abundantemente perfumadas, no se sabe bien si para contrarrestar el aire vicioso del lugar o si para dejar en él durante unas horas el penetrante olor de la feminidad."
El Paseo de Parra
" Y aunque su marido, don Juan Jiménez, fue algo caprichoso y en exceso viajero, con lo que los viajes eran propicios a las aventuras amorosas, era un perfecto caballero al que fue justo que le dedicaran una calle de la ciudad, pues en un breve tiempo en el que fue alcalde construyó el Hospital de la Caridad y proyectó el hermoso Paseo de Parra que, según dijo, estaba inspirado en una bella avenida de Viena."
La isla del Fraile
" Alberto se detuvo y alargó su mirada hasta descansar en la pequeña isla del Fraile y recordar cómo su padre le había contado el origen de su nombre y cómo algunos jóvenes nadaban hasta alcanzar la isla ante los ojos de la amada, mostrándole así la declaración de su secreto amor."
El Castillo
" Al castillo lo llamaban cariñosamente nido de águilas, aunque ninguna se viera por allí, y Luis María recordaba haber escalado hasta su altura, escapando a la censura de la abuela, para otear desde la cima las costas de Levante y Poniente e incluso, sin decirlo, alargar la vista hasta perderse en el horizonte con el sueño de poder descubrir aquella isla de Avalón que le había descrito su madre como residencia del abuelo Juan."
Podríamos seguir rastreando señales de nuestro decorado urbano más tradicional y nos asombraríamos de la cantidad de detalles y la precisión de algunos de ellos que se han mantenido indemnes en la memoria de nuestro recién nombrado Hijo Predilecto. Porque los recuerdos son la fuente en la que abrevan los escritores más auténticos
En una de sus últimas novelas insiste Prieto en que la niñez, y los recuerdos que a ella se asocian, marcan para siempre el carácter de una persona :
" Claro está que por esa comunicación Zorraquín lamentaba tanto la lejana pérdida de las cosas y seres que lo ataban a la tierra, hasta el punto de llorar ahora la pérdida de su casa de la niñez como si hubiera perdido para siempre el hogar donde habitar."
Esa casa del Placetón emerge narrativamente con el cambio de milenio como un símbolo que aglutina multitud de recuerdos y vivencias, conservadas unas, ficcionadas otras. Y todo ese mundo gira alrededor de esa maravillosa escalera de mármol que un día el abuelo Juan compró en Madrid y trasladó a Águilas para construir en torno a ella una gran mansión donde habitarían varias generaciones de una familia muy especial. Esa familia ha podido llegar hasta nosotros gracias a la magnífica memoria y el extraordinario talento literario de uno de sus últimos moradores, Antonio Prieto.
Retomamos el poema de Homero y llegamos al canto XXIV y último, cuando tres generaciones de héroes, Laertes, Ulises y Telémaco prestos ya a comenzar una nueva guerra para desalojar por siempre a los pretendientes de Ítaca, llegan a un pacto obligados por la diosa Atenea, asegurando la paz para los siglos venideros. También aquí creemos que Antonio Prieto ha establecido un pacto consigo mismo, el de mantener presente los recuerdos de Águilas en su producción literaria a partir de ese momento, que, como dijimos, coincide con el cambio de siglo y de milenio, es, en fin, la entrada en una nueva era con unos nuevos objetivos.
A este respecto nos alumbrarán algo unas palabras extraídas de su premiada novela Una y todas las guerras, de 2003 :
" Medité otra vez sobre la memoria. Pensaba que la memoria era una dimensión extraordinaria de la mente que en su naturaleza nos recogía del pasado; nos convertía en personajes de nosotros mismos con los que podíamos dialogar de nuestros yerros sumergidos, de nuestras vanidades y de lo que fuimos perdiendo en el camino. También, con frecuencia, alimentaba nuestro deseo de retorno y nos animaba a la ficción."
Sólo nos queda la glosa de uno de los cantos preferidos por nuestro autor, el nº VI, donde aparece la princesa Nausicaa, de cuya mirada quedará enamorado el héroe homérico. Son muy numerosos los momentos cargados de hondo lirismo que se desparraman por toda la narrativa de Prieto tomando como símbolo mítico el personaje de Nausicaa y el limpio amor que hace suscitar en el corazón de Ulises :
" Todo mi amor tenía que ponerlo en los labios de Ulises ( también en los de Nausicaa ) porque aquellos ojos de Nausicaa ( y era hermosamente triste ) algún día caminarían por una vida que no era la mía y sabrían olvidar cómo era. Por ello ( quizá cruelmente ) también castigué a Ulises a regresar a Ítaca, a navegar por un mar en soledad que lo alejara de Feacia y de aquel diálogo que había tejido en las arenas del río cuando despertó del naufragio a la voz y belleza de Nausicaa."
Más arriba dijimos que, a menudo, se entrecruzan las diversas encarnaduras del hombre para dar nacimiento a obras que sortearán los siglos contra el olvido engarzados en luminosa palabra. Antonio Prieto ha sido un teórico de la literatura de un prestigio reconocido y ha sabido, desde sus inicios, hilvanar teoría y práctica con hilo certero. Así nos habla en uno de sus ensayos más aclamados entre los estudiosos de la semiología literaria :
" Decía que Nausicaa es extraordinaria. Era una muchacha rubia, que acariciaba el mar con su cuerpo y con una limpia vida navegando por el silencio en verde de sus ojos. No fue precisamente Ulises sino Homero el que despertó ante la mirada de Nausicaa y se hizo nueva palabra por ella y escribió la Odisea, alejándose de la rigidez heroica de la Ilíada. Tenemos que amar también a Homero porque supo recoger en palabra mucho de los ojos en luz de Nausicaa."
En algún otro texto nuestro querido escritor nos dice que a pesar de que Ulises va sorteando durante toda la Odisea innumerables retos y adversidades porque tiene un único deseo : retornar a Ítaca y volver al amor de su mujer y de su hijo. Y lo consigue, pero, en el fondo, hay otro Ulises que será, ya siempre, un hombre triste. Será triste porque dejó en la tierra de Feacia una mirada enamorada, la de Nausicaa, que es en sí misma la juventud y la belleza, algo que los años van borrando en favor de las arrugas y la melancolía. Esa añoranza de Feacia y lo que ella supone apaga los ojos de Ulises aunque pise ya su amada tierra de Ítaca, y abrace a Penélope y estreche contra su pecho a su leal Telémaco. Nausicaa siempre será un sueño luminoso que alimentó unos días y que marcará el transcurso de los tiempos venideros. Y Antonio Prieto ha regresado a su Ítaca, Águilas, esta Ítaca que ahora lo acoge entre sus más ilustres ciudadanos, y se regocija, con total seguridad, de ello. Pero creemos que una cierta tristeza, una cierta melancolía vela hoy sus ojos; su Feacia va alejándose con el lento caminar de los días y la sombra de Nausicaa se desvanece en la lejanía de un tiempo ya ido para siempre, su pequeño paraíso perdido.
Deseamos que esos ojos de Nausicaa que siempre fueron azul de mar en la mirada de Antonio Prieto permanezcan inalterados mientras haya vida en el planeta y alguien entregue su corazón para escuchar la voz serena y callada del mito.