Sinfonía del Nuevo Mundo (Antonin Dvorak)

El pasado viernes 14 de este primaveral marzo del año 2014 se representó  en el Auditorio Infanta Elena esta famosa sinfonía del checo Antonin Dvorak.

En esa noche me recordaba la escena de la primera vez que escuché esta pieza musical  allá por el otoño de 1957 cuando llevaba varios meses como alumno de Latin en el seminario de san José  sito en la ciudad de Murcia. Gracias al mayordomo del centro don Carlos podíamos asistir a la escucha de la música clásica que todas las tardes de los jueves nos reunía a un grupo de seminaristas para deleitarnos con los sones siempre inmortales de lo que llamamos música clásica.

 En primer lugar Dvorak  con la sinfonía que nos ocupa encaja a la perfección el encuentro histórico entre  estos dos mundos lejanos y distintos separados por el océano  Atlántico. El viejo mundo enmarcado en el occidente europeo  y el nuevo que corresponde al nuevo descubierto por Cristóbal Colón en octubre de 1492.

Pero Dvorak no echa su mirada en el sur americano sino que enfoca en esta sinfonía al continente del norte.

A  mi modo de ver esta hermosa pieza musical referente al Adagio  representa una introducción  que refleja la lucha entre los habitantes de los dos mundos:  Entre los conquistadores  y los nativos de las tierras vírgenes americanas . Después de este enfrentamiento  con sangre derramada, viene la paz: la dulzura musical  del segundo tiempo conocido por Largo.

Para  mi  esta parte de la sinfonía es la más intensa y penetrante de la composición de Dvorak. Rezuma toda ella  un aire cuasi místico reflejado en  las estampas paradisiacas de los valles y montañas , de los ríos y lagos  del continente norteño americano. Es  un sentimiento sublime al escuchar la suavidad musical del Largo de esta sinfonía . Escuchándola nos trasportamos a la floresta siempre viva del nuevo continente . Nos recuerda sus amaneceres y puestas de sol que son reflejos de aquellos que gozamos los moradores  en este olvidado rincón del Mediterráneo español.

            Los dos tiempos III  y IV  irrumpen con fuerza como un quebranto de la paz idílica  que nos ofrece la madre naturaleza. Es un contraste entre la placidez  del medio natural  y la vesania metida en la condición humana: Rivalidades,  corrupción y guerras  que registra nuestra historia  y que atormenta al conjunto de la sociedad actual.

Ya el apóstol Pablo en el año 55 en su carta a los Gálatas  hace referencia a este panorama  que fustiga al ser humano.  Ver Gal.  5.19 y 21.