Mirando al pasado. Por Luis Díaz Martínez.

Leyendo el artículo de Bartolomé Muñoz  Marín , me viene a la memoria algunas secuencias de mi vida de adolescente . Y aunque Bartolo me lleva  seis años por delante de la vida, muchos de sus recuerdos escritos con maestría narrativa en su artículo aparecido en este diario digital, me han hecho recordar vivencias enmarcadas en los años cincuenta de pasado siglo.

 Tengo que decir que Bartolomé Muñoz Marín, fue un niño privilegiado nacido en uno de los hogares más emblemáticos de las Águilas de entonces. Su padre Bartolomé Muñoz Belda,  patrono de la fábrica de esparto “La Esperanza”, fue  un  excelente futbolista en el Club Deportivo Aguileños  en la década de los diez del pasado siglo. Por algo su afición al Balón pié la obtuvo durante sus estancia en la Rubia Albión. Cultivado con esmero la natación y demás ejercicios deportivos. En Marzo de 1930 fue nombrado alcalde de Águilas y en los pocos meses que duró en la Alcaldía, se proyectó varias obras de importancia  para la población. Gran conocedor de idioma inglés en 1934 fue nombrado vicecónsul de Noruega y condecorado con la gran cruz de Olav. Además recibió la medalla al Merito Civil por salvar a dos ancianos de morir en las inundaciones que sufrió el Barrio de Jesús – Las Yucas- a finales de los años veinte.

En estos breves apuntes del progenitor de Bartolo podemos decir que su infancia y adolescencia las pasó no en  una calle cualquiera del pueblo, sino en la Glorieta , corazón y núcleo principal de Águilas. Con respecto a los juegos del trompo , los demás lo hacíamos en el suelo de tierra de Placetón. Antes hacíamos hoyos con el fin de encerrar el trompo- peonza del contrario. Y cuando caía al hoyo por el impulso del trompo del contrario era repetidamente golpeado con la púa de trompo vencedor hasta partirlo en dos. No valían los lloros y súplicas del dueño de la peonza caída en el hoyo por el impulso del contrario. Y entre risas de los demás jugadores terminaba este juego con el perjuicio de aquel que se llevaba a su casa el trompo destrozado.

Bartolo se refiere a los postes de luz que había en la Glorieta. En las demás calles de su zona ,en las esquinas servía como alumbrado público unos brazos de hierro rematado por una bombilla. Algunos grupos de chiquillos se entretenían en hacer diana con las piedras arrojadas a las conocidas como “peras de la luz” .Algunos rapaces eran pillados in fraganti. Multados con 25 pesetas y la consabida paliza de sus padres.

Otra cosa que Bartolo hace memoria es a los frailes de papel. Con razón dice que era la versión pobre de los cometas. Por supuesto que se requería un trabajo más completo . Las cometas se hacían de finas cañas y se cubrían de papel especial de colores pegadas a las cañas con “engrudo”, una mezcla de harina hecha papilla. La  cola de la cometa se hacía con tiras de trapos viejos  y los zagales íbamos a las playas para que con la brisa marinera se elevara la cometa a todo lo alto que daba  el hilo del artefacto .

En la playa del Puerto de Poniente, ( no existía la playa de la Colonia, producto muy posterior)se jugaba a las cargas, una especie de torneo de caballería componente de dos amigos que hacían de caballo y jinete. Después de varias cargas entre ambos contendientes se enganchaban hasta ser derribado el más débil , y una vez en la arena  era pisoteado por el vencedor.

 En aquel tiempo se hacían trampas con la arena de la playa. Consistía en un gran hoyo. Al fondo se depositaba excrementos humanos , pues habían muchos en los bajos de los barcos varados en tierra. El hoyo se tapaba con cañas y encima se colocaba papel de estraza y cubiertos con arena.

 El infeliz que pisaba esa trampa , además de enfangarse con la peste de las “catalinas o yordas” se le hacía el “agarejo”. Suplicio sufrido por los miembros rivales de la pandilla contraria.

Referente a estas pandillas cada barrio o distrito tenían sus grupos de chiquillos que en el castillo se  enfrentaban en guerrillas a pedrada limpia. A veces unos y otros salían escalabrados. Y si alguno caía en manos del contrario, eran vejados por sus captores . Y no eran liberados hasta que sus amigos poniendo toda clase de recursos hacian huir al bando contrario.

Una de las bandas más señaladas tenía como cuartel general la conocida “Cueva de la cabra”, sita en el monte del castillo. Allí como topos y urones se reunían para deliberar la forma de asestar un golpe final a sus oponentes. Cierto día, estando reunidos en dicha cueva, un expulsado del grupo intentó volar la gruta manipulando una bomba casera producto de sus manos. Al hacer explosión, salimos de allí medio asfixiados .Es lo mejor que nos pudo pasar porque si la dinamita casera hubiera tenido más fuerza explosiva los diez reunidos en la cueva  hubiéramos sido machacados.

Volviendo al marco de la Glorieta en aquellas duros años de la posguerra el  personaje más popular fue sin duda “Juanico el Tonto”, muy querido por todos los aguileños. Se cuenta que un día con la llegada de los inspectores de la Fiscalía de Tasas todos los comerciantes de pueblo cerraron sus establecimiento. La pareja de estos agentes se extrañaron al notar estas puertas cerradas de los comercios, y le preguntaron a Juanico el porqué de esta inactividad comercial. Juanico les contestó “ porque en el pueblo estaban los de a Fiscalía, hijos de su madre”. Ellos enfadados se lo llevaron al cuartel de la guardia civil. Y lo denunciaron por insultos a su autoridad . Juanico, todo nervioso le dijo al sargento: “ Mi sargento, ¿Yo qué sabía?.Si yo soy Juanico el Tonto. ¡¡¡.

Secuencias del pasado que por suerte o por desgracia , esas no volverán, como las oscuras golondrinas de Gustavo Adolfo Becker.

Luis Díaz Martinez. Cronista oficial de Águilas