Hoy tenemos que destacar la Crónica que hace D. Francisco de la situación de Águilas en aquellos años. No solamente de la situación económica, sino también de la social. Hace una exposición de los hechos ocurridos, de los que tanto hemos oído hablar a nuestros mayores de aquel suceso de cuando le pegaron fuego a Arbitrios (Oficina donde se recaudaban los impuestos municipales). Muy interesante también es la descripción que hace de lo que costaban los alimentos y lo que se ganaba en los sueldos de entonces y según que profesiones. La Revolución de la Perra Chica La Economía de Águilas era como esa tienda de comestibles que si venden mucho no pueden estar bien ordenadas. Renegábamos porque el nuestro era un pueblo sucio, enterquecido por el polvo del mineral de hierro que se cribaba desde el muelle sobre la villa y nos estropeaba los muebles y la ropa blanca. Pero, ¡Oh contrapartida de abono!, esa suciedad representaba unos veinte vapores cargados de mineral de hierro durante el mes, poniendo en circulación un dinero que a todos alcanzaba, desde el exportador al carretero que lo transportaba, desde el tendero de vituallas al que arrancaba el mineral en las minas, desde el oficinista hasta el que lo subía a esportadas en el portalón del buque savia mercantil, riqueza, circulación de dinero, trabajo, consumo. Esto unido a la exportación de espartos a Inglaterra y tres o cuatro líneas de vapores que semanalmente llevaban y traían mercancías de toda esta comarca, hacían de Águilas un pueblo rico. Agréguese, por otra parte, que el coste de la vida era en extremo fácil y barata. Contemplar desde hoy sus precios es como mirar con unos gemelos de teatro puestos del revés. Asombra enumerarlos: un kilo de pan blanco y sobado valía cuarenta y cinco céntimos; una docena de huevos, setenta y cinco; y en Navidad una peseta. Un par de perdices, una con veinticinco; un pollo , una setenta y cinco; un pavo de cinco a seis pesetas; el vino a veinte céntimos el litro, y por este orden, la carne, el pescado y la fruta. Claro que los sueldos y jornales eran de quince duros en adelante y cuando alguno alcanzaba los veinticinco duros al mes se decía: Ya puede casarse, gana cuatro pesetas diarias. Quien ganaba 30 o 40 duros era un buen partido para las chicas casaderas y 50 duros al mes solo lo ganaba el Administrador de la Aduana o algún alto cargo del ferrocarril. En este nivel de vida que hoy nos parece inverosímil, se comprende que un obrero con un jornal de dos pesetas mantuviese una casa, claro, que el obrero, entonces, vivía en un plano de sacrificio y de modestia y no se había lanzado al lujo y los deleites de que hoy goza el más pudiente, llamando aun a esos dispendios con notoria ironía, “necesidades sociales”. De esta paz disfrutábamos en 1907 cuando a finales del mismo año estalló en Águilas una revolución social. Una mañana, un hecho insólito vino a perturbar la paz del vecindario y remover el hígado de las autoridades. Un millar o más de personas enfurecidas, hombres, mujeres harpías y chiquillos irrumpió tumultuosamente en las calles, se abalanzó sobre las tiendas saqueándolas, fue a quemar las casetas del resguardo, hizo un gran expolio en la Oficina de Consumos, robo jamones, aceite y vino, desparramó sacos de harina, rompió cajones de conservas y cometió todos los excesos en un furor versánico e inconmovible. Cuando a media tarde llegaron refuerzos de la Guardia Civil de Lorca, pues la guarnición nuestra era insuficiente, y fueron oídas las exhortaciones del Alcalde; cuando calmados los ánimos se pudo llegar a conocer la causa de aquella indignación desenfrenada, ¿Cuál diréis que era el motivo, queridos lectores? Pues que habían subido el precio del pan en cinco céntimos el Kilo. Nosotros humorísticamente le llamábamos entonces una “revolución de perra chica”.Hoy no. Hoy dejamos al estraperlista comentarla. F. Martín. Y nada más por hoy, hasta la semana que viene, pasadlo bien.
AUTOR: Emiliano
La Revolución de la Perra Chica