Esta frase, atribuída a Groucho Marx, expresa muy gráficamente el hartazgo y la desilusión para con el género humano. En otros artículos he arremetido con cierta furia verbal contra la despreciable casta política y contra sus demiurgos, los grandes poderes financieros, esto es, banca y grupos de poder económico. Ahora no, ahora quiero hablar de un absurdo actual que, dicho sea de paso, está amparado y financiado por los anteriormente citados agentes del mal que soportamos los hombres de a pie.
Hablo de cómo las grandes cadenas de supermercados, muy especialmente de ese que Vd. tiene cerca de su casa y a cuyo propietario hemos hecho, ignorantes hasta ahora, una de las fortunas más importantes de España, con permiso del dueño de Zara. Pues bien, no vamos a criticar aquí que haya dedicado grandes cantidades de euros a financiar “legalmente ” a ese partido que cumple las órdenes del káiser Herr Merkel, pero está nutrido por una minoría muy sinvergüenza, lo cual da como resultado que pensemos que, por extensión, todos son iguales de corruptos. Pues a ese partido ha dedicado, libremente, y de un modo digno de todo respeto, el dueño de la cadena ejemplar de supermercados cuyo anagrama es una cesta cargada de alimentos, parte de sus beneficios. Para acallar algunas voces oscuras que deben inquietar sus silencios nocturnos, este caballero ha hecho alguna donación, medios audiovisuales por medio, a organizaciones dedicadas a acallar las bocas que claman de hambre en el desierto de los infiernos urbanos.
El hambre es el primero de los conocimientos:
tener hambre es la cosa primera que se aprende.
Y la ferocidad de nuestros sentimientos,
allá donde el estómago se origina, se enciende.*
Este caballero tan brillante para los negocios ha demostrado tanta torpeza humana y tan poca sensibilidad con el sentir general de la población que ha prohibido a los pobres que puedan recuperar nada de los contenedores a los que ellos abocan sus grandes cantidades de alimentos. Les pone cadenas, los encierra tras seguras verjas y pone guardias de seguridad para evitar que esa comida, aún perfectamente consumible, de modo que no pueda aprovecharle a ningún hambriento. Mejor destruir esos alimentos, pensará este despreciable misántropo, antes de darlos a algún banco de alimentos o dejar que sacien el hambre de los que “alguien ” ha colocado en el portal de la miseria humana.
Se ejercita en la bestia, y empuña la cuchara
dispuesto a que ninguno se le acerque a la mesa.
Entonces sólo veo sobre el mundo una piara
de tigres, y en mis ojos la visión duele y pesa.*
Estoy en condiciones de afirmar que esta actitud está haciendo disminuir ostensiblemente el número de clientes con conciencia que cuando conocen la actitud de esta cadena deciden no volver a pisar sus establecimientos, y me alegro. Es la única forma de protesta que nos dejan a los de a pie : tocarle el bolsillo a los que en vez de corazón tienen una calculadora en frenesí perpetuo.
Muy triste resulta comprobar que en esta deleznable práctica cainita España está “ a nivel europeo ”, puesto que nuestro vecino francés, también rocía los alimentos aún aprovechables con amoníaco o algunos tóxicos coloreados de amarillo o azul para que nadie pueda alimentarse de ellos. Las cuotas impuestas por los mercados para que unos pocos se enriquezcan de un modo bochornoso provocan gran parte de la hambruna en nuestro querido planeta Tierra. Ejemplar, desde luego.
Hambrientamente lucho yo, con todas mis brechas,
cicatrices y heridas, señales y recuerdos
del hambre, contra tantas barrigas satisfechas:
cerdos con un origen peor que el de los cerdos.*
Tanto allí como aquí se tiran al mar los peces que una vez en las redes no se pueden llevar a la lonja, de modo que antes de llegar a puerto o ya en él, se tiran al fondo del mar una serie de peces que son alimentos perfectamente comestibles ( pero no vendibles ), son los descartes que no se pueden transformar en dinero, de modo que se tira, pero evitando que alguien pueda salvarse de las dentelladas secas y calientes que el hambre les lanza.
El sabio Hobbes dijo, recogiendo la frase del gracioso Plauto, aquello de Homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre, y sólo en este ejemplo que acabo de presentar, se demuestra que somos capaces de tirar una comida que no nos vamos a comer nosotros delante de los ojos suplicantes y las bocas famélicas de los excluidos sociales, algunos de los cuales fueron ayer floreciente clase media.
Los años de abundancia, la saciedad, la hartura,
eran sólo de aquellos que se llamaban amos.
Para que venga el pan justo a la dentadura
del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos.*
Por tanto, si esta sociedad es capaz de, entre otras muchas, barbaries tan extremas para con sus congéneres, y no hace nada para solucionarlo, yo pido que paren el mundo que yo me apeo, aunque sea pidiendo un huequecito en la Estación Espacial Internacional, si me admiten. Preferiría ver el planeta desde la órbita de los 400 kms. y dar una vuelta cada 90 minutos alrededor de esta vieja naranja azul; cualquier solución antes que seguir asistiendo impávido a este proceso de autodescomposición final al que está abocado el género humano. Una especie animal que sólo ha evolucionado, preferentemente hacia el mal, no habiendo sido capaz en los últimos 5.000 años de eliminar las guerras, los genocidios, las enfermedades y la rapiña entre hombres.¡ Qué pena, qué pena !
Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera
hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.
Yo, animal familiar, con esta sangre obrera
os doy la humanidad que mi canción presiente.*
* - Estrofas del poema El hambre de Miguel Hernández ( de El hombre acecha, Valencia, 1939 )