Nombres y cosas notables de F. Martí
Una semana más seguimos ofreciéndoles las narraciones que Don Francisco Martí nos ofrece a través de este modesto intermediario que ha tenido la suerte de que aparezcan, “entre sus papeles de archivo”, estos escritos de aquellos tiempos que tan acertadamente describe D. Francisco Martí, de los acontecimientos que ocurrían en Águilas en aquellos tiempos tan difíciles y que nos hacen recordar como vivían, las costumbres, anécdotas y lo que ocurría en la vida cotidiana de la población de nuestro pueblo. Como verán, este hombre hace una magnífica descripción de todo tipo de acontecimientos, noticias y “cosas” que pasaban en el pueblo. Nombres y cosas notables de F. Martí Había oído asegurar que en Águilas existían hombres con los nervios de acero. Esto es, inconmovibles ante las mayores emociones y peligros. Cierta tarde tuve ocasión de comprobarlo. Era asiduo concurrente y gran jugador de golfo y tresillo en el círculo de artes y comercio un hombre de posición modesta, pero muy correcto y callado a quien llamaban “Antonio el tuno” (los nombres los hemos cambiado para que nadie se moleste). De esta persona se contaban varias hombradas que había hecho y hasta se decía que las casas de juego de Cartagena le mandaban para vivir, a cambio de que no fuera a visitarlas. Allá ellos con lo que existe de cierto. Dicha tarde, y por motivos que ignoro, un señor muy conocido en Águilas (cuyo nombre omito por respeto a sus hijos), entró en el Círculo y desafió al Tuno, quien aceptó el reto sin otra arma que el bastón de caña que siempre llevaba. Aquel señor, apenas llegaron a la esquina de Floridablanca, sacó un revolver Smith y comenzó a disparar nerviosamente, dando saltos en torno a su víctima indefensa hasta cinco veces, sin herirle, sin verle alterar el rostro, ni mover un músculo de su cara, el que se limitaba a decirle a cada disparo: “Apunta bien, tira bien, porque si se acaban las balas te como”. Y así hubiera sucedido de no mediar varios hombres que sujetaron a Tuno mientras huía su agresor. Otro botón de muestra es el Chuquel. El Chuquel era pescador, marinero, pintor de puertas, encalador de paredes, instalador de barracas y otros oficios más, pese a lo cual muchos días no comía caliente en su casa y se iba a tirar de un estrobo buscando un probable rancho de pescado. Aquel verano le llamó, como siempre, el tío Juan Borrega para que le instalara sus casetas de baños, que eran las primeras. Estando el Chuquel en esta tarea, metido en el agua hasta la cintura y clavando las estacas, cuando, desde la playa, entre voces y grandes aspavientos comenzó a llamarlo Don Luis, el notario, que le mostraba triunfante unos papeles. Seguro de que era a él a quien llamaba, salió hasta la playa y entonces el Notario le dio cuenta con gran alborozo de que había muerto un familiar suyo, dejándole doce mil duros en dinero, instándole a que se fuera con él a su estudio para firmar la notificación y gestionar enseguida el cobro. El Chuquel, sin el menor gesto de asombro, escuchó la noticia, y con la misma naturalidad que lo hubiera hecho un millonario, le contestó: “Está bien Don Luis, ya estoy enterado. Guarde usted esos papeles y en cuanto acabe las barracas del tío Juan, iré a por los cuartos.” Otra nota del humorismo aguileño, es este episodio que he oído de labios de un marino viejo. Dos pobres pescadores, padre e hijo, salieron a la mar a media noche en una mísera barca llena de remiendos, llevando en una cofa la triste comida que había podido apañarles la vieja de la casa. Bogaba primeramente el padre hasta que el mar se endurecía, y el hijo descansaba hasta el relevo. El padre, cuando tenía apetito, echaba mano de la cofa, se comía su parte, luego despertaba al hijo y se echaba a dormir. Cierta mañana, fuese porque la comida estaba más apetitosa o por que los jugos gástricos le pidieron guerra, el viejo se lió a comer con gran ahínco y come que te come, se engulló todo el contenido de la cesta. Cuando se dio cuenta, el daño estaba hecho; había dejado a su hijo sin almuerzo. Hecho el relevo, el viejo se tumbó a dormir sin decir nada y el hijo empuño los remos. Bogaba cerca de dos horas cuando sintió apetito; echó la mano a la cofa y la encontró vacía. Entonces con humorismo muy sutil se fue a la popa y empezó a zarandear al viejo. - ¡Padre, padre despiertese en seguida! - ¿Qué pasa pregunto adormilado. - ¡Sálvese usted padre! - Pues ¿Qué demonios pasa? - Pues ¡qué está el barco de ladrones que cruje! F. Martí Como leerán nuestros lectores hay anécdotas para todos los gustos y de todo tipo y que afectan a todas las clases sociales. El próximo capítulo hablaremos no sé de qué. Águilas, agosto 2005. Emiliano Navarro.
AUTOR: Emiliano