Tras la profunda decepción que le produjo el desarrollo de la República en 1933, el filósofo Ortega y Gasset exclamó con desesperación :¡ No era esto, no era esto ! Estoy plenamente convencido de que ahora mismo, en mayo de 2012, la inmensa mayoría de los españoles se expresarían en similares términos a la vista del panorama social, político y económico en el que nos hayamos envueltos. Y no es una cuestión de ideología o simpatía política, no, es cuestión de ética, un valor tan escaso en nuestra clase política.
El actual presidente del gobierno ( y pongo gobierno con minúsculas porque minúscula es la categoría de su comportamiento ) ha demostrado ser un político que encaja plenamente en el prototipo rechazado por todas las sociedades, esto es : sonrisas dentífricas en campaña, asesores de imagen que pierden el tiempo, fotos que presuponen el don de la ubicuidad, arengas llenas de verdades de perogrullo y promesas, muchas y bonitas promesas que embaucan al respetable, ese votante que es la figura menos respetada de toda la democracia.
El extenso catálogo de promesas repartidas durante años de espera, y sobre todo, en los últimos meses de una campaña vomitiva, no repara en gastos. Las promesas son baratas, y como hasta el momento nadie ha pedido responsabilidades a un político por incumplirlas, el candidato se puede mostrar generoso, dadivoso incluso, a la hora de prometer rebajas de impuestos, subidas de pensiones, beneficios fiscales a diestro y siniestro, y acabar de un plumazo con la corrupción. Y lo más triste es que millones de honrados individuos ajenos a las ideologías y anhelantes de una sociedad del bienestar, o ahora, simplemente del estar, creen fervientemente que algo va a cambiar, esperan la venida de un mesías que conseguirá la multiplicación de los panes y los peces. Y le votan, le entregan su alma porque es lo último que les queda y se ilusionan durante los primeros días de un recién nacido equipo de desgobierno. Y pasan las semanas y caen las caretas y la sonrisa prefabricada de la campaña se convierte en desgarrador rictus de lobo hambriento. Y lo que ayer te prometí con la mano en la Biblia hoy te lo niego sin empacho alguno, y lo que ayer negaba con todos los juramentos posibles ( "no daremos ni un euro público a la banca" ), hoy te digo que me obligan las circunstancias, y donde dije digo ahora digo Diego, y el pobre hombre y la pobre mujer que han puesto en ti sus últimas esperanzas porque estaban y siguen estando en un Titanic que saben que se va a hundir, vas tú, investido de toda tu autoridad y en vez de arrojarles al agua un salvavidas para que no se ahoguen, le lanzas una losa de cemento para que se terminen de hundir rápido y no les dé tiempo a protestar y así no flagelen tus castos oídos con su súplicas.
Este es el triste panorama de la moral de los políticos de las últimas décadas. Y no se salva nadie, de ningún partido; todos, en mayor o menor escala llevan sobre sus espaldas ( ignoro si sobre sus conciencias ) el peso de numerosos desaguisados que han ido, indefectiblemente, en favor de sus intereses ( la corrupción ha llegado a ser el verdadero arte de la desfachatez y el latrocinio de guante blanco ) y en contra de los españoles de a pie. Aunque tienen ya ochenta años estas palabras de Ortega y Gasset son de una actualidad impresionante; nos demuestra, después de una profunda y triste reflexión, que no hemos cambiado nada y que, posiblemente, no tengamos solución como sociedad :
“¡Vuestras deudas son terribles señores! No se trata de que hayáis cometido errores en la administración de España, de que os hayáis equivocado en la política de España. Vuestra responsabilidad es mucho más grave. Habéis tenido en vuestra mano el Gobierno y el Ejército, el Consejo, la Escuela, la urbe y la campiña; durante centurias habéis ensayado el temple de los cetros, triturando con ellos las semillas generosas de una mejor cosecha espiritual. (…) Sois los gerentes de la historia moderna de España, sois los responsables, no de un error administrativo, no de un error político, sino de la ominosa decadencia de una raza.”
Suscribo letra por letra la denuncia del filósofo. La pobreza de miras de un político se reduce a cuatro años, con la posibilidad de una pedrea de otros cuatro años si el contrincante es todavía peor que él. ¿Tenemos lo que nos merecemos? Por un lado sí, porque tropezamos año tras año en la misma piedra, y no escarmentamos, pero por otro lado no, porque no tenemos la fuerza necesaria para exigir a nuestros empleados los gobernantes ( son empleados nuestros ya que los hemos elegido nosotros y les pagamos nosotros, y muy bien, por cierto, para que hagan el trabajo para el que los hemos contratado ) que cumplan con sus obligaciones si quieren seguir cobrando y mantener el puesto de trabajo. Si no tuviesen la seguridad de que durante los cuatro años de su mandato nadie les va a exigir cuentas de nada, a lo mejor la situación actual sería otra.
Por tanto, ratifico lo que dijo Ortega y le digo al señor presidente ( y pongo minúsculas porque no preside nada, y acepta que desde fuera le ordenen lo que tiene que hacer en su propio país ), que no era esto, que no era esto lo que le prometió a los millones de individuos que le votaron, que si tuviese un mínimo de dignidad debería pedir perdón y dimitir con toda su compañía de cómicos de la legua por haber mentido clamorosamente en aras de un sillón que debe tener algo muy especial. En Japón, país donde el honor aún tiene un significado, por menos de eso un dirigente se hace el harakiri en público. Aquí ni siquiera tenemos la esperanza de que una autoridad nacional pida perdón ( bueno, el Rey sí, obsérvese el uso adecuado de la mayúscula porque ahora está justificada ), porque somos, como dijo Machado, un país de charanga y pandereta, y soportamos las mayores vejaciones de nuestros políticos con un estoicismo digno de estudio por parte de la psiquiatría moderna. ¡ Qué pena de España !