Y siguiendo la tónica de dar a conocer los escritos, artículos o como ustedes quieran llamarle de Don Francisco Martí Lloret; de aquellos felices y menos felices años de 1.900. Hoy les copiamos uno muy particular referente a la Banda de Música Local, y verán, mejor dicho leerán, con que gracejo y salero, Don Francisco, relata estos hechos. Un milagro de la Banda y una frase histórica de F,Martí Dos trombones, un bombardino, el bajo, tres clarinetes y el bombo. Esto formaba la agrupación musical que a finales del siglo pasado el maestro Martí definía con el nombre de banda y vibró en sus tiempos tan estridente como cualquier orquestina de las de ahora, pero cuya desaparición lamentaron algunos aguileños, añorando su infernal ruído. Sobresalía entre los ignorantes, Don Pancho, quien hacía el panegirico de la batuta del maestro Martín siempre que se hablaba de música. Pero ¿Quién era Don Pancho para calificar? ¡Ah si!... Don Pancho (bajo cuyo nombre oculto el de un popular aguileño) sabía de todo y opinaba de todo. No había forma de rebatirle, ni mucho menos convencerle. Su físico lo formaba una especie de cachalote o ballenato de unos 120 kilos de peso, coronado por una hermosa cabeza en forma de escafandra que estaba llena de artículos de fondo que, Don Pancho, digería a su modo y cuyas ideas esgrimía a grandes voces o esgrimiendo unos puños feroces que, a veces, llegaron a caer sobre su contrincante pues también tenía sus ribetes de bravucón o matasiete. En lo económico tenía el problema resuelto, sin más trabajo que ir y venir por tertulias y cenáculos con su enorme palaxa, discutiendo lo humano y divino, hasta que se hundía en los divanes del Casino o dejaba caer el alud de su persona en un robusto sillón de la farmacia de Arcas, que era el campo neutral de tirios y troyanos aguileños. Vino por aquella época a Águilas un hombre excepcional. Un “rara avis”, que si es verdad que tenía un carácter altivo y orgulloso , tenía, a la vez, un alma de pedagogo admirable y un conocimiento musical digno de todas las alabanzas. Era Don Francisco Díaz Romero. Este hombre, puntilloso y con ganas de demostrar lo que valía, cogió 90 chiquillos que eran analfabetos del pentagrama, les enseñó solfeo, enseñó a cada uno a tocar un instrumento y, en seis meses, hizo el milagro de ofrecernos una banda completa con el instrumental más moderno, lo que le mereció el entusiasmo más grande por parte del pueblo. Aquella banda, con el tiempo por delante, con un profesor y una batuta como la de Don Paco Díaz Romero. Se convirtió en una corporación musical orgullo de Águilas, y de los cuatro “juguetes con que se presentó al público, pasó a deleitarnos con música de envergadura, como las selecciones de Aida y Rigoletto, las sinfonías de Campanote, Guillermo Tell, Poeta y Aldeano, etc. Obras que ejecutaba en un gran palco construido sobre la fuente de la glorieta , y cuyos admirables conciertos deleitaban a todos los aguileños. A todos no, Porque don Pancho no podía digerir aquella música. Cierta noche de primavera, la Glorieta era un hervidero de gente para oír a la banda. La puerta de la farmacia de Arcas repleta de contertulios y en sitio de honor se veía a Don Pancho diciendo, como siempre, vaciedades. Todos elogiaban con entusiasmo las interpretaciones de la banda . Esta, después de una ruidosa sinfonía de Rossini, pasó a interpretar el célebre minueto de Belzoni, esa página musical tierna, dulce, quebrada como un suspiro o una queja ahogada porque se ejecuta con muchos matices y en “pianissimo”. Después de la última nota estalló una ovación y se desbordó la ira de Don Pancho, saliendo con una de sus clásicas patochadas: ¡Jo…ve! ¡Qué Banda! “Noventa músicos y desde aquí no se les oye”. En mis tiempos, la Banda del Maestro Martín, que eran once pitos, tocaban en la Glorieta y se les oía en la Escollera.. F. Martí. Leerán nuestros seguidores que detalles y que descripciones hace este hombre de las anécdotas que se conocían en aquellos tiempos y reflejaban la actualidad del momento. Él vivió aquellos detalles que, seguramente, para otra persona pasarían desapercibidos. Pero Don Francisco tenía un don especial de observación , para después trasladarnos a nosotros las vivencias de aquellos tiempos.
AUTOR: Emiliano
Crónicas Urbanas VI