Cómo es habitual en el propósito de dar a conocer los artículos de escritores aguileños para que quede constancia de los mismos, y podamos comparar aquellos tiempos de los años 1900 con los tiempos actuales ya que muchas veces hay cierta coincidencia de circunstancias que se asemejan mucho a las de hoy en día y, para un observador minucioso, sientan las bases para sus investigaciones. La Vida en Sociedad de Martí Lloret Ni el restaurante había disgregado a la familia en la celebración de sus fiestas, ni tampoco el bar y el café habían roto el trato diario, la convivencia de las gentes en casinos y círculos de reuniones. El bar era todavía una taberna y el café no tenía rango social ninguno. Dos grandes estamentos absorbían, en 1907, toda la vida aguileña: el Casino y el Círculo de Arte y Comercio. En el primero, más de 250 socios de las clases más distinguidas del pueblo (entonces había clases, no de solar, sino de educación y cultura) lo mantenían en su rango de austeridad y respeto, que la vida en él era un dechado de convivencia, y sus bailes, veladas y otros actos eran modelo de brillantez y buen gusto, tanto por su organización competente como por el severo control que se ejercía sobre personas y cosas. Aquel ambiente de cultura y cortesía incubo una juventud que luego ha hecho un papel airoso en todas partes. Porque ser socio del Casino entonces, era un timbre de orgullo y desde sus viejos dirigentes, las personas más ponderadas y correctas, hasta el último socio, procuraban honrar y dignificar el nombre del Casino ante propios y extraños. El Círculo de Artes y Comercio, más democrático, pero celoso guardador del orden y del respeto mutuo, estaba integrado por 300 socios, más otros 200 que procedían de distintas clases sociales, ferroviarios, obreros de distintos estamentos que venían de todas las artes y oficios, en especial del comercio local, y también socios del Casino que lo eran a su vez del Círculo. En la más hermosa confraternidad acogía en su seno todos los estamentos sociales y sus fiestas y bailes, que duraban hasta el alba, son motivo de recuerdos muy gratos. Tiempo feliz en que la vida era fácil y su famosa repostería nos daba por un real una empanada de carne, pescado y huevo, con más masa que hoy tiene un chusco; un vaso de buen vino por diez céntimos; un café purísimo con gotas de licor y tres terrones dobles de azúcar por veinticinco céntimos, y hasta medio café por quince céntimos. ¡Como hemos de añorar aquella vida los que la gozamos y cuyo nivel ya no se volverá a igualar! Había otra vida social de tipo familiar, integrada por una juventud que, sin descocos ni gazmoñerías y sin promiscuidades siempre peligrosas, vivían en franca camaradería de sexos y cultivaba el teatro, el canto, la música y el baile y vivía una existencia dichosa de trato perenne, de fiestas y regocijo, reuniéndose cada noche en una casa para pasar la alegre velada, entre las que descollaron las de Moreno Sánchez Fortún, Mazón, Jiménez de Baldó con sus hijas y varias familias de Villardel, Glover, Cladera y otras. De estas veladas salían luego las de mayor altura en el Casino, en que las chicas mostraban su arte musical y los chicos sus familiaridades con las musas. Casi semanalmente en el Teatro Romero un cuadro artístico, cuya perfección emulaba muchas veces a los profesionales, ejecutaba obras de Benavente, Echegaray, Quintero, Ramos Carrión, etc. Toda aquella época feliz se fue esfumando, como decimos antes, por que el café y el bar atrajeron al hombre a sus tertulias y recreos, y la mujer, al verse sola, hubo de evolucionar hacia nuevas formas de expansión y deleite, como exige la vida, hasta llegar a esta independencia, quizás demasiado, materia en la que hoy la vemos. F. Martí. Como Observarán o mejor dicho leerán en estas crónicas de Don Francisco hay cierta similitud con situaciones actuales y ciertos parecidos con hechos actuales de modas, costumbres, bailes, música, etc. Ustedes vallan comparando y sacando sus conclusiones. Hasta la próxima. En Águilas Julio 2005. Emiliano Navarro.
AUTOR: Emiliano
Crónicas Urbanas IV