Anoche tuve la suerte de asistir a un espectáculo de los que no caen en el saco del olvido con el paso del tiempo. Disfruté, como todos los espectadores que estaban en un frío patio de butacas, de una representación teatral sublime. No tengo contacto ni amistad con ninguno de los componentes de esta compañía de aficionados denominada Marco Blanco Teatro, lo cual debe alejar toda sospecha de parcialidad por la vía del sentimiento o la familiaridad. Asentada mi total objetividad, expresaré mi comentario en la más absoluta libertad, diciendo que anoche hubo momentos en los que, abstraído en el desarrollo de la trama, me olvidé que estaba en un ambiente poco propicio para el deleite y creí encontrarme en cualquiera de los teatros comerciales de Madrid, asistiendo a una representación profesional, previo pago de una entrada. Y resultaba que no, que ese asombroso espectáculo era absolutamente gratuito. Nada en el aspecto externo de la escena indicaba que estábamos ante una compañía de aficionados. La iluminación, el decorado, el vestuario, todo el atrezzo estuvo a una altura digna de profesionales. La obra de Alejandro Casona es una muestra de cómo se puede llevar a cabo la pintura de un drama humano sin abandonar el poder mágico de la poesía. Hay frases en el texto que rezuman García Lorca por los cuatro costados, y a menudo, la imaginería de un diálogo palpitante nos hace cómplices de un universo onírico que desplaza las miserias personales a un segundo lugar, primando la felicidad de lo posible, gozando del fruto anhelado de un amor adverso.
La dirección de la obra ha sido de una eficacia altísima, palpable en el movimiento de actores, en las pausas, los silencios, los gestos, el desarrollo de la propia acción dramática, todo ha funcionado como un engranaje de relojería suiza. Estoy seguro, aunque lo ignoro, que detrás de esta función hay muchas horas de duro trabajo con el texto, con los actores, con todos los complementos que componen un reto como este. Mi enhorabuena a la directora. No sería justo destacar aquí a ningún actor por encima de otro, ya que todos, tanto los que tenían papeles más protagonistas como los que tenían apenas unas frases, todos, digo, estuvieron especialmente agraciados. Pero no puedo dejar de matizar algunas actuaciones que espero coincidan con la mayoría del público que asistió a la representación y que, al final de la misma, obligó a saludar varias veces, con el patio de butacas puesto en pie y aplaudiendo emocionado. Genoveva armó de la nada un personaje compacto, lleno de matices pero liviano al tiempo, amable y cercano siempre, una señorita encantadora que vive en su mundo, al que supo llevarnos con su palabra y sus gestos la actriz, donde no hay hueco para el mal ni la ruindad de quienes la rodean. Uriel compuso de un modo muy eficaz un adolescente autista que sólo entiende el lenguaje del cariño y la mirada y se mueve por los sueños y cree en sus fantasmas como única fuente de amor a la que asirse. La química entre tía y sobrino resulta al espectador un derroche de ternura y simpatía que trascienden el propio texto. En cuanto a Ramón, un pobre hombre dubitativo, acuciado por la ruina material, y acosado por los fantasmas del pasado, en todo momento resulta un personaje real, muy creíble, tanto que el espectador quiere rebelarse contra su bajeza moral y su cobardía. Amanda necesitaba una actriz de carácter y la tuvo; un ama de llaves que aspira a ser la señora de la casa era un reto para evitar caer en el estereotipo de mala malísima, y al final resultó que la caracterización que se llevó a cabo en este caso se tradujo en una actuación muy firme pero a la vez sutil, algo tan difícil sobre las tablas. Un pequeño apunte para Rosina, el lírico contrapunto entre el mundo real y zafio de la actualidad, y la poesía pura de los sueños y las leyendas. Rosina es un puente entre las miserias de Ramón y Amanda y los sueños de Genoveva y Uriel, pero un puente de frescura y emoción.
Como he dicho, todo el reparto brilló a gran nivel, aunque no debo dejar de señalar, siempre bajo mi modestísima y personal opinión, que puede haber algunos flecos poco importantes que pulir. En algunos momentos, hubo algún que otro titubeo en la dicción del texto, apenas apreciable y resuelto con gran soltura, y perdonable al ser la segunda representación pública de la obra. Sin dejar la expresión oral, a mi modo de ver, en algunas escenas puntuales, que por sí mismas llevaban una gran carga dramática, se aceleraba la locución como si con esto se pretendiese aumentar el tono casi trágico del momento, con lo cual se perdía claridad en el texto, que en esos momentos es precisamente lo más importante. Una mejor vocalización ayudaría a no perder ni una sola de las palabras que el autor puso en la obra.
En cuanto a la intensidad de las voces, normalmente bien acompasadas con el tono de la trama, hubo instantes en los que por medio de un texto casi gritado se intentaba dar importancia a lo que se decía. Y en otros casos, la voz resultaba ser como un puñetazo en la mesa, dejando una palabra seca y explosiva pero sin entidad textual, cuando lo que resulta más dramático es que la voz vaya in crescendo, dando la sensación de que la tensión va subiendo progresivamente ( aunque sea sólo durante unos segundos ).
En definitiva, desde este humilde púlpito cibernético sólo quiero hacer pública mi más sincera enhorabuena a este grupo de aficionados al teatro que han demostrado que están suficientemente preparados para debutar en algún teatro profesional sin el menor complejo de inferioridad y, sobre todo, animarlos para que se embarquen en nuevas aventuras, ya que el teatro español está plagado de dramas maravillosos como este de La casa de los siete balcones de Alejandro Casona. Ahí está, como sugerencia, todo el Siglo de Oro con sus dramas, tragedias y comedias, para hacernos disfrutar del arte de Talía. Espero, porque he comprobado que están capacitados, de esta compañía que no se dejen embaucar por el aplauso fácil y las situaciones de vodevil en pos de un éxito asegurado y se comprometan con empresas de más alto calado, lo que al principio será duro pero al final suele dar jugosos frutos. Enhorabuena, Marco Blanco. Y gracias.