Garzón y las sombras del pasado

…pero imperativos superiores aconsejaron su no publicación”. Corría el último lustro de los años setenta del pasado siglo –ya había muerto el generalazo, como lo calificaba el inolvidable Manolo Vázquez Montalbán- y esa fue la ¿explicación?, por parte de una revista de difusión nacional, a la no publicación de un reportaje relizado a instancias de sus responsables. En el relato de aquel suceso no quedaba muy bien parado un cónsul español, y la posterior justificación de aquella ¿censura? fue que había tres temáticas nada factibles de ser tratadas desde una óptica peyorativa: la Monarquía, el Cuerpo Diplomático y la Justicia.

   Aquellos mimbres, entre otros muchos, sirvieron para el cesto en el que se acomodó aquel periodo llamado transición y que tan paradisíacamente presentaron, y vendieron, sus responsables, tanto en España como para otros rincones del mundo que también habían salido de feroces dictaduras. Países que, cosas de la vida, han acabado demostrando que, en algunos aspectos, el maestro se les ha quedado atrás. En Chile y Argentina, por ejemplo, sí han presentado factura y saldado cuentas a los fascismos predecesores.

   En España no se hizo. Y ahora, convencidos de la certeza de que todo había quedado bien atado, se presenta harto difícil. Aquí hubo un acuerdo connivente  para que el inmenso saurio fascista se calmara y apartara -sin desaparecer ni, mucho menos, morirse-, pero reservándole butaca de palco para vigilar movimientos en las legiones propias y turbas enemigas. Los discípulos del franquismo, con lazos sanguíneos o simplemente doctrinarios, quedaron perfectamente posicionados en la práctica totalidad de los estantes sociales. Y no es difícil observar que, casi cuarenta años después, aquel aparato sigue ahí, impasible el ademán.

   Y en eso llegó Garzón, ocasionando que la inquina orquestada contra él haya propiciado que cualificadísimos profesionales en todos los ámbitos convengan en la idea de que la transición española ha quedado, “tocada del ala”. Como, por lo menos, debió haber acabado el pajarraco bicéfalo que presidía la bandera preconstitucional, y para cuya caza nunca se levantó la veda.

   Dice Marcos Ana, poeta y el preso que más tiempo pasó en las cárceles franquistas, que eminentes juristas, escritores y personalidades más diversas de todo el mundo “se frotan los ojos sin saber lo que ocurre en España”. Las manos se frotan aquí quienes tienen entre ellas asuntos a los que le había puesto la vista encima el titular del  Juzgado Nº 5 de la Audiencia Nacional.

   Por si fuera poco, entre las fotografías que la  prensa publica para proporcionar soporte gráfico a la información sobre el desalojo de enseres del despacho de Garzón aparece una persona trasportando un Guernica, el ya mítico cuadro de Picasso. ¡Joder!, con la gente que hay, y no sólo en la ultraderecha, aunque sí, a quienes les enerva la simbología de aquella crónica picassiana…  A lo mejor, o a lo peor, dependiendo de cada percepción, es verdad eso de que Garzón es el último exiliado del franquismo.

   El autor de tantas instrucciones judiciales opuestas entre sí ideológicamente abandonó el edificio en el que dejaba encerrados veintidós años de su vida. Y mientras algunos medios destacan que sus compañeros lo despidieron con emoción, cariño y lágrimas -los jueces Pedraz y Andréu entre ellos- la prensa más en sintonía con la decisión tomada  contra Garzón destacan que “otros jueces ni se dejaron ver en el adiós”. Cada cual actúa según sus convicciones. O sus intereses. Y a cada quien le cortarán y coserán el traje a medida.

   Recuerdo, porque son muchas las rememoraciones, a quienes –en aquellos primeros años sin dictadura- denunciaban que la “reforma democrática” era el modelo elegido para que todo pareciera nuevo sin haber cambiado en profundidad. “Ay qué risa, reformisa, / se te nota en el azul de la sonrisa / (…) / se te nota que no tiés (tienes) ninguna prisa, / es la reforma un aparato irreformable / que no me sabe ni al pescado ni a la carne”. Así, más o menos, glosaba una composición de Víctor Manuel cantada con acordes de chotis.

   Alegaron -aunque a muchos no nos convenció- que era lo único posible en el marco de lo políticamente correcto. Pero, cuando menos, aquella transición y su estrella, la Constitución, debieron nacer mirando hacia adelante, no creyéndose eternas, con vocación de avanzar y de ir adaptándose a los tiempos.

     Piensan, también, personalidades y medios de comunicación, sobre todo extranjeros, que la democracia española ha demostrado una preocupante inmadurez. Nada nuevo bajo el sol. Pateando calles y mercados, frecuentando bares o cafeterías y oyendo conversaciones en diversos y distintos lugares, es algo que afloraba con demasiada frecuencia y naturalidad. Pero se nos ha echado encima sin habernos dado cuenta.

   La transición quedó inacabada; nuestra democracia -además de en momentos de auténtico peligro- dicen que da muestras de inmadurez, que viene a ser lo mismo; la Constitución, al igual que un edificio de su misma edad, tal vez está necesitando una rehabilitación, dicho sea sin intención de que nadie se rasgue las vestiduras; y el “caso garzón” tampoco ha terminado.

   A lo que se ve, son muchas las sombras del pasado; de ese tremendo pasado con el que el científico argentino Víctor Penchaszadeh desea que España pueda lidiar algún día.