Nadie ha dicho nada. Extraño. Inverosímil se me antoja que a un nuevo fármaco, otro más, relacionado con el sexo no se le haya adjudicado ya, antes de comercializarse, una extensísima nómina de efectos secundarios. O sea, que no existe peligro de ceguera ni cánceres diversos. La píldora contra la eyaculación precoz parece tener vía libre.
También puede haber sido porque la curia y su corifeo de adeptos andan enredados con eso de la nueva ley de interrupción voluntaria del embarazo. Porque si los de siempre, los que no ven peores males en el mundo que lo estrictamente sexual, se hubieran encontrado con este nuevo invento de la ciencia y la investigación –“vade retro”- en uno de esos tiempos de sequía ideologicoreligiosa, la cosa no hubiera pasado tan de puntillas. Téngase en cuenta que se trata de algo llamado a prolongar el gozo, la pasión y el desenfreno libidinoso. Y esto va contra la sacra finalidad del sexo, que no es otra que la procreación.
Y en verdad os digo que, a fuer de ser sincero, pienso que lo más coherente con las restricciones, no se si auto, de toda veleidad sexual, es que este nuevo fármaco limitador de velocidad figure en la misma nómina que el preservativo –la que armaron con aquella campaña del póntelo, pónselo, sin entrar en fantasías de colores y sabores-, la píldora anticonceptiva, la viagra, la píldora postcoital y hasta la marcha atrás.
Echemos la vista al devenir del pasado. No se trata de rebanarnos las neuronas y darnos de bruces con aquella sentencia papal que otorgaba categoría de pecado al mero hecho de mirar a la propia esposa, no a la del prójimo, con ojos de deseo carnal. Arranquemos, por ejemplo, en los años –no se si todavía continúan aquellas enseñanzas- en los que se nos auguraba ceguera si nos dejábamos seducir por el autosexo, o pecado en solitario. Eso, en cuanto a los hombres, claro, porque de la masturbación femenina, nada de nada; era algo impensable aunque no desconocido.
Nos íbamos a quedar ciegos y, sin embargo,
Han pasado los años, estos fármacos se venden como churros y no aparecen estadísticas serias sobre el aumento de cánceres prostáticos y testiculares.
El caso es que, por si faltaba algo –la investigación es innata al ser humano-, vienen ahora los científicos, siempre en contra de la moral, de la fe y de las buenas formas, y descubren la solución al problema de la eyaculación precoz, atribuido siempre a motivos psicológicos, esa espalda a la que se suele cargar lo que está sin descubrir. Un invento básico para, en feliz conjunción con la viagra, el condón y/o cualquiera de las píldoras femeninas existentes, potenciará y multiplicará el goce sexual hasta límites insospechados.
Y no han aparecido, todavía, reacciones con las acostumbradas y grandes dosis de moralina y pecaminosidad. No se si es que están, ya digo, muy ensimismados con lo de la nueva ley del aborto, que les ha pillado con el paso cambiado o que no atisben renta en el horizonte electoral.
También pudiera ser que las señoras de los protestones de siempre hayan dicho, en esta ocasión, que nada de quejarse ni oponerse a este nuevo descubrimiento, sobre el que no acabo de encajar la inexistencia de contraindicaciones.