He oído alguna vez decir que los viejos vivimos más bien en el pasado que en el presente, porque nos refugiamos en el recuerdo. Aún cuando el calificativo de viejo es algo ya superado, máxime cuando la ciencia ha venido a prolongar nuestra juventud al menos aparentemente, yo reconozco que mis recuerdos me hacen sentir la nostalgia de tiempos que, aún cuando no fueran mejores, hoy los valoro con una intensidad selectiva , quizá porque el subconsciente almacena los momentos felices para después poder proyectarlos en fugaz sucesión de íntimas imágenes gratificantes que llenan de felicidad nuestras horas bajas. Hace tiempo leí que la felicidad es un estado de ánimo que para ser disfrutado necesita ser compartido y puede que sea así porque, entre otras muchas variantes, el amor para realizarse debe recibirse con la misma intensidad con que se entrega. Extrapolando por tanto este principio a todos los sentimientos que con distintos nombres tienen el amor como base común, la amistad, la caridad y tantos otros, no tendrían razón de ser si no se pusiera amor en lo que se hace. Conocí a Pedro Tudela, un amigo lorquino de quien hoy quiero hablaros, de una forma puramente comercial. Por aquellos años yo me dedicaba a las representaciones. El tenía una granja de pollos de engorde y yo le escribí pidiéndole la representación en Águilas. Me la concedió y les montamos criaderos, en grandes naves que poseían, a Antonio Campos, Alfonso Soler –hoy compañero de tertulias en el Casino- a su hermano Juan, una de las mejores personas que he conocido, a Enrique Delgado y otros muchos. Les cerrábamos el ciclo comercial, ya que les servíamos el pienso y les facilitábamos la venta. Hoy no quiero hablaros de la amistad, sino de las relaciones que surgen de ella. Nuestras familias se conocieron y llegaron a ser una prolongación de las mismas. Viajamos muchas veces juntos y juntos celebramos “ Las Nocheviejas” en los más diversos lugares, así como bodas, bautizos y comuniones. En nuestros viajes jugábamos al póquer en las horas muertas, juntamente con sus yernos. Un día en Benidorm yo había ligado una escalera de color y él cuatro ases. Quienes conocen este juego saben que una escalera de color es un punto máximo. Le gané por supuesto con el consiguiente recochineo. Ello me dio pie para que días después, que era su santo, como regalo le escribiera una quintilla debidamente enmarcada que decía: Mas importante que el ver y mucho más que el trasvase es recordar que una vez en Benidorm te meé un póquer de cuatro ases. Demostrando su fair play colocó el cuadro en su casa y posiblemente siga allí. Como buen lorquino en Pedro predominaba un color, sinónimo de una pasión religiosa y cultural, que se manifiesta públicamente en Semana Santa, con un lujo y un esplendor digno de admiración. Él era “ Blanco” y yo siguiendo el sabio consejo de Plutarco fui blanco a partir de ese momento. Con él estuve en los palcos de La Corredera en diferentes ocasiones; con él grité hasta enronquecer jaleando el desfile y vitoreando a la Virgen de la Amargura, que es la titular de su cofradía, y con él viví esa santa locura que se apodera de los lorquinos al paso de los caballos, cuadrigas y carrozas en sus desfiles bíblico-pasionales. A mis hijas, que eran niñas, las subió a las carrozas lujosamente ataviadas, tirando caramelos a los miles de espectadores de la carrera. Siempre he valorado esta masiva manifestación de los lorquinos en sus creencias y el respeto que testimonian al paso de la Virgen de la Amargura o de Los Dolores, que son las imágenes que identifican sus colores. El grito de “ Guapa” y los más diversos piropos se complementan con una lluvia de claveles, que dan testimonio de su fe y de su arraigo en ese exponente cultural y artístico que toma forma en la exquisitez de sus bordados. Y a mi me fue dado el gozar de ese espectáculo con la exaltada compañía de un amigo. No pretendo que este escrito sea una segunda parte del criterio que exponía hace semanas sobre la clasificación y valoración de los sentimientos, pero tanto éste como los que pueda volver a escribir tienen un denominador común: elevar a la consideración de ustedes mi forma de ver lo que esencialmente une a las personas. Asumo que mis opiniones puedan no ser compartidas por quienes me leen pero, con frase recientemente escuchada y que tomo prestada, cuanto digo es lo que pienso, creo y siento. Resumo por tanto una época en la que fui feliz. Di y recibí afectos y alegrías y otra vez más en mi vida se dieron momentos entrañables, que gracias a Dios ya había disfrutado. Entendí en su esencia la frase ya oída que dice Vivir no consiste en estar vivo si no encuentras afinidades que te enriquezcan. Hasta que una mañana el teléfono me transmitió la triste noticia. Pedro había muerto la noche anterior mientras dormía. Su familia me pidió que dijera algunas palabras en su funeral . Escribí una poesía con un preámbulo que decía: Pedro Tudela era un devoto fiel de la Virgen de la Amargura. Yo, en su nombre, quiero decirle a su virgen algo que, sin duda, ya le estará él diciendo personalmente: Se habla tanto de tu encanto, te han dicho ya tantas cosas que hasta nos huelen a rosas tu camarín y tu manto. Y es que te queremos tanto, tan devotamente tuyos, que esos hermosos capullos de rosas que te acompañan son el cariño sincero de quienes sabiéndose tierra quieren convertirse en cielo. Por eso, porque te quiero, porque ansío tu compañía quisiera en este día en que todo acaba y empieza poder tener la certeza de que enjugarás mi llanto. Y agarradico a tu manto poder expresar mi alegría diciéndote Madre Mía, ésta es ya mi realidad, estoy donde he deseado acurrucado a tu lado viviendo mi eternidad. Días después, la directiva del Paso Blanco, bajo el título “ A un Gran Blanco”, la publicó en su integridad en el diario La Verdad del 15 de abril de 2003. A Pedro eso de gran blanco le habría sabido a gloria. La Gloria es el lugar en el que con toda seguridad él está.
AUTOR: Miguel Sánchez Díaz
Mi amigo Lorquino